Las características principales de las personas con trastorno antisocial de la personalidad podemos resumirlas de la siguiente manera: son explotadoras e irresponsables, tienden a quebrantar las normas establecidas y experimentan gran dificultad para establecer vínculos adecuados y duraderos.
Generalmente, los individuos con personalidad antisocial son impulsivos y agresivos, con baja tolerancia a la frustración, no tienen en cuenta la situación del otro y únicamente se rigen por una ley: “Esto quiero, esto hago”. La única norma que respetan es su deseo, y en ocasiones se mueven por el mecanismo de proyección, al insistir en que los que fallan siempre son los demás, no ellos.
En definitiva, son personas que siempre están en conflicto con los otros, y parece como si no tuvieran afecto y nada les importaran los demás. Todo esto se concreta, en la mayoría de los casos, en comportamientos delictivos: robos, agresiones, e incluso violaciones.
A lo largo de la historia de la Medicina, el paciente que sufre este trastorno ha recibido diferentes nombres: antisocial (DSM-IV), disocial (CIE-10) o psicópata, en la psiquiatría clásica.
Según algunos autores, se produce en ellos ausencia de culpa (por eso existe un dicho en psiquiatría clásica que afirma que “la diferencia entre un psicópata y un neurótico es que el primero hace sufrir a los demás, mientras que, en el caso del segundo, quien sufre es él”).
La característica central, pues, del trastorno antisocial de la personalidad es un patrón duradero de conductas socialmente irresponsables que reflejan una desconsideración hacia los derechos de los demás. Existe una falta de interés o preocupación por los sentimientos de los otros, e incluso una ausencia de remordimiento con respecto a los daños que pueden ocasionar. A veces se asocia con repetidos actos ilegales (Talbot y cols., 1995).
Todo ello se basa en dos presupuestos básicos de los individuos con personalidad antisocial: se sienten distintos de los demás, y su relación con los otros es de explotación.
Personalidad antisocial: el adulto que nunca fue niño
Así podríamos definir a Andrés, “El Pecas”. Acude a la consulta de psiquiatría porque, tras estar en prisión durante nueve meses por un intento de agresión a un policía cuando iba a robar una farmacia, el juez le ha impuesto tratamiento ambulatorio durante cinco años. Pertenece a una familia muy disfuncional, donde el padre desaparecía con frecuencia y el hermano mayor traficaba con heroína. Desde los 10 años ha tenido que “buscarse la vida”, pues su madre se dedicaba a cuidar a los tres hermanos más pequeños. Andrés comenzó a tener problemas en el colegio, donde empezó a realizar pequeños robos a sus compañeros; y con doce años, muchos días a la semana, no acudía a las clases, pues se marchaba con una banda de chicos mayores que él a robar coches y a fumar porros. A los quince años, pasó su primera noche en una comisaría después de una pelea en un bar. En la entrevista se muestra distante y con cierto aire de superioridad, que a sus veinte años sorprende. No muestra ningún sentimiento, ni positivo ni negativo, y lo único que repite es que a él no le pasa nada y que, por tanto, está deseando que se cumplan los cinco años de tratamiento impuestos por el juez, para no tener que acudir más a la consulta.
Claves para convivir con un adolescente con trastorno antisocial de la personalidad
# 1.- Es conveniente mantener una conducta firme ante las irresponsabilidades del adolescente con personalidad antisocial. Aquí, más que nunca, habrá que establecer normas que sean respetadas por todos los miembros de la familia, incluidos los progenitores: horario de las comidas, de la TV, de acostarse, las obligaciones en casa (hacer su cama, bajar la basura, etc.). Este tipo de pacientes, aunque reniegan de la norma, también la necesitan para neutralizar sus impulsos antisociales.
# 2.- El propio encuadre terapéutico debe tener estas características de firmeza, sin rigidez, pero señalando claramente cuáles son las competencias del paciente y del terapeuta, en cuanto a horario de la consulta, contenido de la misma y mantenimiento de un mínimo de normas de urbanidad. Ante el terapeuta no es extraño que tome una actitud de desafío, como lo hace con cualquier figura de autoridad, por lo que es preciso no doblegarse a sus exigencias; en todo caso, habrá que negociar sobre sus pretensiones.
# 3.- No podemos favorecer una confrontación permanente con el adolescente psicopático, sino que debemos procurar crear un clima de confianza, no amenazador, que no transija en lo esencial, aunque se sea más flexible en los aspectos secundarios.
# 4.- Tampoco los padres deben minimizar las consecuencias de los actos antisociales y establecer sanciones justas cuando se produzca el quebrantamiento de alguna norma. Así, ante los robos repetidos, las ausencias del colegio o las peleas frecuentes con los compañeros, no se puede argumentar que es un niño o un adolescente y, por lo tanto, no imponer una sanción, sino al contrario: hay que asignar un castigo justo en relación con la gravedad de la acción cometida. Eso sí, siempre habrá que intentar explicar el castigo para que el chico con personalidad antisocial no lo viva como producto de la agresividad de los padres, sino como una consecuencia de su propio comportamiento.
Existen padres que ante esas transgresiones de sus hijos no sólo los disculpan, sino que pretenden protegerlos de las supuestas injusticias. Esto constituye un craso error, porque, entre otras consecuencias, el adolescente psicopático cada día pedirá más protección, lo que favorecería la continuidad de sus conductas antisociales o delictivas.
# 5.- Es evidente que, cuanto antes se produzca el tratamiento psicoterapéutico para intervenir en un caso de trastorno antisocial de la personalidad, tantas más posibilidades habrá de éxito.
El niño o el adolescente también necesita expresar toda su rabia y agresividad y aprender a canalizar esos impulsos destructivos a través de otras acciones no dañinas para los demás: deporte, ejercicio físico, etc. En definitiva, lo negativo no es tener sentimientos de agresividad, sino no saberlos expresar verbalmente.
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra. Profesor en Centro de Humanización de la Salud. Exprofesor de Psicopatología en la Facultad de Psicología de la Universidad de Comillas
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