La enfermedad depresiva tiene numerosas formas de manifestarse. Incluso podríamos afirmar que la depresión no existe como tal, sino que lo que existe es una persona concreta y determinada (Julia, Francisco, Luis…) que padece esa enfermedad. Por tanto, podríamos concluir que existen tantos tipos de depresión como depresivos, pues cada uno se muestra con matices que los hace únicos. No obstante, y de forma didáctica, en este artículo mostraremos los cuatro tipos de depresión más frecuentes*: depresión situativa, depresión neurótica, depresión somatógena y depresión endógena. En todas ellas se pueden distinguir tres niveles de gravedad: leve, moderado o severo.
# 1.- Depresión situativa
Este tipo de depresión es consecuencia de una vivencia de sufrimiento que permanece durante largo tiempo y en el que la persona se enreda como en una red infinita, sin que pueda vislumbrar ni el principio ni el final de la situación. Como situaciones que pueden desencadenar una depresión podemos señalar entre otras: el duelo, la sobrecarga emocional, las situaciones de aislamiento y el paro prolongado.
Para ilustrar este tipo de depresión recordemos «el experimento de la rana cocida»: si arrojamos una rana a un recipiente lleno de agua caliente, esta saltará y se pondrá a salvo. Por el contrario, si a esa misma rana la dejamos en el mismo recipiente, pero con agua fría, y lentamente vamos calentándola, posiblemente la rana irá ‘adaptándose’ a la temperatura y… morirá, pues no percibirá que se está quemando.
Algo parecido puede ocurrir en las situaciones estresantes familiares y/o personales, que se prolongan en el tiempo y no nos atrevemos a tomar ninguna decisión. Para evitar ese fatal desenlace podemos señalar tres claves:
a) Detenerse a pensar y actuar en consecuencia
Debemos reflexionar periódicamente sobre la experiencia adversa y tomar alguna decisión, sabiendo que nunca es bueno «más de lo mismo». Es imprescindible instaurar algún cambio para que no nos ocurra como a la rana cocida.
b) Los demás pueden ser un buen termómetro de referencia
En las situaciones de adversidad, “los otros” (padres, compañeros, amigos, pareja, etc.) son un buen espejo para mirarnos y comprender ‘a la temperatura que se encuentra el agua’, es decir, nos pueden indicar el nivel de riesgo de enfermedad que estamos viviendo. De ahí la importancia del “nosotros” en cualquier situación de sufrimiento.
c) La importancia de la memoria
Las experiencias previas personales nos pueden ayudar a vivir el momento presente y nos pueden indicar los pasos que hay que dar para no cometer los mismos errores y poder ‘saltar’, como la rana, para no quedar atrapados por la angustia y la depresión.
→ Una mujer cansada y hastiada de la vida
He aquí el relato de una mujer de cuarenta años a la que llamaremos María que padece este tipo de depresión:
Estoy casada. Desde los diez años soy huérfana de padre. En la adolescencia tuve que ponerme a trabajar de camarera para ayudar económicamente a mi madre. Me casé a los 20 años con una persona que me doblaba la edad. Tengo tres hijos. El mayor padece síndrome de Down, Mi marido nunca ha aceptado esta situación y comenzó a beber alcohol poco tiempo después del nacimiento de nuestro hijo. La convivencia familiar se ha ido deteriorando poco a poco y actualmente me siento desbordada por esta situación: marido alcohólico e hijo con síndrome de Down.
Desde hace unos meses me siento cansada y hastiada de la vida. Todo me parece un mundo, y en alguna ocasión he sentido la necesidad de «salir corriendo» y desaparecer. Me siento triste e incapaz de realizar las pequeñas tareas de la casa. Cambio frecuentemente de estado de ánimo y me siento irritable, pesimista y con dificultad para dormir. A veces pienso que esto no tiene solución. Siempre me han dicho que tengo un aspecto triste y que me dejo influir por todo el mundo. Ahora mi situación ha empeorado, pues tengo muchos dolores de espalda y de las articulaciones, que los médicos no saben por qué se producen. Mi vida es un asco y no veo cuál puede ser la solución.
# 2.- Depresión neurótica o trastorno distímico
El trastorno distímico se conoce también como depresión neurótica, depresión reactiva o depresión de larga duración. Es, por tanto, una clase crónica de depresión que se caracteriza por estados de ánimo permanentemente bajos, pero no tan intensos como otros tipos de depresión. No incapacita al sujeto para seguir realizando su actividad familiar, social y laboral, aunque en algunos momentos la vida se hace insufrible.
Aunque la sintomatología en general no es tan severa como la de otros tipos de depresión, las personas afectadas se deben enfrentar casi a diario con los síntomas de bajo nivel de autoestima, desesperación y desesperanza. Como en todas las clases de enfermedad depresiva, la depresión neurótica es más frecuente en las mujeres que en los hombres y afecta a un 5% de la población en general. La distimia puede tener lugar sola, con una depresión más severa o con otros trastornos psiquiátricos.
El principal síntoma de distimia es un estado de desánimo, pesadumbre y tristeza casi todos los días durante al menos dos años. En este tipo de depresiones se observan rasgos neuróticos de la personalidad del sujeto: baja autoestima, bajo nivel de frustración, dificultades en las relaciones interpersonales, inseguridad e hipersensibilidad a los estímulos ambientales. Se trata de personas que están ancladas o atadas a sus experiencias de la infancia.
El escritor, médico y psicoterapeuta Jorge Bucay lo expresa bellamente en el cuento de El elefante encadenado:
En nuestra vida cotidiana nos puede suceder algo parecido: seguimos atados a muchas cosas (relaciones, trabajo, costumbres, concepciones de incapacidad para hacer tal o cual cosa, vivencias infantiles que han marcado nuestra vida y la han determinado) y seguimos casi por inercia manteniendo comportamientos que nos hacen sufrir, o al menos que no nos dejan ser felices. Como el elefante de la historia, debe llegar un día que tomemos conciencia de nuestras posibilidades reales y podamos actuar en libertad y arrancar la ‘estaca’ (miedos, baja autoestima, etc.) que nos tiene paralizados.
→ Rosario y su baja autoestima
Tengo 50 años. Soy hija única. Mi infancia fue un infierno: mi padre desaparecía por temporadas y, cuando volvía, se mostraba muy irritable y en ocasiones agresivo. Por mi parte, siempre he estado muy acomplejada, pues de niña era muy gordita. Me sentía rechazada por mis compañeros de clase y nunca me sentí querida por mi madre, y mucho menos por mi padre. No recuerdo ni una caricia, ni siquiera un reconocimiento por mis buenas notas en el colegio.
Ahora siento ansiedad, agotamiento, y de buena gana estaría todo el día en la cama. Hago las tareas de la casa con mucho esfuerzo y no me apetece salir ni siquiera a la compra. Mi marido a veces pierde los nervios conmigo, pues dice que estoy insoportable. Ya ni me apetece tener relaciones sexuales. Llevo años con dificultad para dormir.
Lo que me ha terminado de hundir es que hace unos meses me han diagnosticado una fibromialgia por mis múltiples quejas somáticas. Desde entonces me encuentro peor, pues siento que no sirvo para nada. Lo único que me gusta es coser, y a mi marido le pone nervioso.
# 3.- Depresión somatógena
Como bien dice el psiquiatra y psicólogo Francisco Alonso-Fernández, este tipo de depresiones está relacionado con enfermedades médicas generales (infarto de miocardio, cáncer, etc.), trastornos orgánicos cerebrales (craneoencefálicos, vasculares) o la administración de medicamentos (contraceptivos, antihipertensivos, etc.).
Como síntomas específicos podemos señalar: apatía, aburrimiento, astenia, pensamiento lento y disfunción sexual. Además se puede acompañar de sentimiento de culpa y deseo de morir.
→ Pablo y la enfermedad
Tengo 55 años. Estoy casado y tengo dos hijos. Mi infancia fue muy feliz, pues me crié en una familia pobre, pero sin graves problemas en la convivencia. Comencé a trabajar muy joven en un taller de mecánica y después monté mi propia empresa. Soy una persona muy responsable, muy exigente conmigo mismo y con los demás, y muy trabajador. La verdad es que el trabajo es mi vida.
Hace aproximadamente tres años tuve un accidente vascular cerebral, y a consecuencia de esto tengo una parálisis del lado izquierdo y gran dificultad para caminar. He hecho rehabilitación, pero no he mejorado gran cosa, y al final he tenido que dejar la empresa en manos de mi socio. La enfermedad me ha cambiado la vida. Ahora me siento un inútil, sin ganas de hacer nada, y tengo una gran culpa al comprobar que no puedo ayudar a mi familia. Me invade un sentimiento tan grande de aburrimiento y de pena que en alguna ocasión he pensado que lo mejor era morir.
# 4.- Depresión endógena o depresión mayor
La depresión mayor o depresión endógena es uno de los tipos de depresión más graves, pues produce gran incapacidad para realizar las tareas cotidianas, y además tiene un alto índice de suicidio o tentativas de suicidio. Los síntomas depresivos invaden toda la personalidad y muestran una incapacidad importante para disfrutar de la vida cotidiana. No existen rasgos neuróticos de personalidad, pero sí se acepta una vulnerabilidad genética para padecer esta enfermedad. El inicio suele ser brusco y evoluciona por fases o episodios. En estos casos considero que el tratamiento farmacológico es necesario, aunque no suficiente, para neutralizar la sintomatología depresiva.
→ La mujer que cambió de repente
Rebeca tiene 36 años. Está casada y tiene dos hijos. Es la segunda de tres hermanos. Madre depresiva con tratamiento farmacológico durante muchos años.
Mis recuerdos de mi infancia están llenos de imágenes de mi madre llorando y tirada horas y horas en la cama. A pesar de todo fui una buena estudiante, pues era muy tozuda, ordenada e introvertida. No tenía muchas amigas. De hecho, solamente tengo algún contacto esporádico con una compañera de aquella época del colegio.
Estudié derecho. En la universidad también me sentía muy sola y aislada. Al terminar la carrera comencé a trabajar en un bufete de abogados donde conocí al que ahora es mi marido. Los primeros años de matrimonio fueron maravillosos, a pesar del hecho de estar trabajando y la crianza de los hijos.
Todo iba perfecto hasta que hace ahora un año, aproximadamente, sin ningún acontecimiento especial, comencé a sentirme triste (lloraba por las esquinas), me volví muy apática y me costaba levantarme por las mañanas para ir al trabajo. Incluso el cuidado de los hijos era un suplicio, lo mismo que mantener los hábitos higiénicos. Me angustié mucho cuando un día me sorprendí pensando en mi suicidio.
Ante esta situación acudí a mi Centro de salud mental, y el psiquiatra me dio la baja laboral. Después de casi doce meses con un tratamiento con antidepresivos y psicoterapéutico (acudía una vez por semana a una psicóloga) he comenzado nuevamente a trabajar y a sentir placer por la vida.
*NOTA ACLARATORIA: Excluimos de este artículo sobre los tipos de depresión las enfermedades depresivas debidas a trastornos psicóticos, las secuelas del abuso de sustancias y las debidas al llamado espectro bipolar (en en el que figuran los trastornos esquizoafectivos y las ciclotimias). Tampoco incluimos la depresión en los niños, adolescentes y ancianos, que tienen características específicas.
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra. Profesor en Centro de Humanización de la Salud. Exprofesor de Psicopatología en la Facultad de Psicología de la Universidad de Comillas
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Interesante artículo.
Muy interesante y me estimula a buscar ayuda.
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