La crisis económica ha llevado a muchas personas a perder su empleo. Y aunque las consecuencias son las mismas, empezamos a observar que el impacto de este acontecimiento no es el mismo si la pérdida del puesto de trabajo es a causa de un despido en masa, como puede ser cuando una empresa cesa totalmente su actividad, que si se trata de un despido individual. En el primer caso acontecen una serie de mecanismos que acompañan al shock inicial de la noticia, muy cercanos al desconcierto y a la rabia colectiva fruto de un sentimiento de injusticia. Es el conjunto de los individuos quienes en un principio parece que reacciona en bloque. Pero esta situación suele durar poco tiempo, ya que con gran rapidez comienzan a aparecer las realidades personales que imponen de manera inexorable la individualidad del problema: mi hipoteca, el colegio de mis hijos, el recibo de mi comunidad y los yogures de mi nevera.
Por otro lado está el caso del despido individual que hemos comentado. Aquí la persona se enfrenta en solitario a este punto y aparte. La individualidad está presente desde el principio, sin esa fuerza, ficticia o no, de “lo que nos ha ocurrido a todos”. A partir de este momento se ponen en funcionamiento una serie de procesos que de forma progresiva pueden ir tomando protagonismo en el procesamiento cognitivo de la persona. Inicialmente parte de una realidad que por sí misma tiene entidad más que suficiente para hacer que la persona se preocupe, es decir, que esta realidad constituye una sana preocupación que es necesaria tenerla en cuenta.
Quedarse sin empleo es algo que generalmente quita el sueño, y esto podemos decir que está bien, porque permite movilizar al individuo para hacer frente a la pérdida y posibilitar el restablecimiento del equilibrio con la búsqueda de un nuevo trabajo. El problema comienza a producirse cuando la persona no es capaz de dar solución relativamente rápida al problema y va pasando el tiempo entre su currículum y las ofertas de empleo que demandan un perfil sin perfil. Esto último se convierte en una fuente de gran estrés en profesionales con una gran formación tanto académica como experiencial a sus espaldas que han visto cómo toda su indiscutida valía ha acabado en un expediente de una oficina de empleo de barrio. Como decía, el problema comienza a partir de este momento, cuando una cascada de ideas irracionales va pasando a tomar el control del pensamiento. “Y si no vuelvo a encontrar trabajo nunca más, ¿qué va a ser de mi vida con los cincuenta años que tengo?”.
Esta y muchas otros ideas de parecido contenido comienzan a instalarse a la altura del estómago de muchas personas que llevan ya un tiempo sin conseguir revertir la situación. Sin embargo se trata de pensamientos que anteriormente hemos denominado como irracionales porque a no ser que se disponga de una bola mágica de esas que son capaces de visualizar el futuro, al estilo de tantos y tantos “videntes” (por cierto, bastante espabilados y totalmente carentes del mínimo rasgo ético), es algo que ni ha ocurrido ni tiene por qué ocurrir. Es decir, que no están basados en la realidad sino en suposiciones fruto de una mente a la que no se le permite descansar.
(*) El peligro radica en que la persona pueda comenzar a adoptar una conducta derrotista que cumpla a rajatabla los mandatos de su pensamiento y que la pasividad, el desencanto, la apatía y el conformismo depresivo se conviertan en el estilo de personalidad y tarjeta de presentación de la persona. Como fácilmente podemos inferir las consecuencias tanto para el propio individuo como para las personas que acompañan su vida son más que previsiblemente desastrosas.
Tener presente el presente
Generalmente el pensamiento anterior suele llevar de la mano el autocastigo relacionado con algunas decisiones que la persona tomó o no lo hizo en el pasado. “Si hubiera cambiado de empresa cuando me ofrecieron esto o aquello…” o hasta “tenía que haber hecho caso a mi padre cuando me decía que no estudiase X, que si venían mal dadas… pero claro, yo siempre a lo mío y ahora mira”. Es posible que algunas de las decisiones tomadas en ese pasado no fueran las más adecuadas. De acuerdo. Pero a no ser que se disponga de una máquina del tiempo es totalmente imposible emprender un viaje hacia atrás que permita a modo de un procesador de textos modificar el párrafo anterior porque “no me gusta cómo ha quedado”. Ninguno de nosotros podemos modificar nuestro pasado y lo que hicimos o no en él. Estancarnos en un almacén de memoria nos vuelve a situar de nuevo en el asterisco.
Tanto en un caso como en el otro, el viaje hacia un futuro catastróficamente imaginado o hacia un pasado imposible de modificar, consiguen, entre un montón de cosas, que la persona no permanezca en la única unidad temporal que puede permitirle encontrar una solución a su problema. Exactamente lo que tú, lector, estás pensando: le impiden estar en el presente, en la realidad. Podemos decir mediante un juego de palabras, y esto sí que sirve para cualquier situación de crisis, no solamente económica, que en momentos de dificultad es necesario tener presente el presente. Es en el hoy y en el ahora donde la persona puede poner en un orden lógico y operativo tanto su pasado como la proyección de su futuro. Es en este presente donde el ser humano en crisis puede girar la vista hacia atrás y emprender mecanismos de aprendizaje sobre su propia experiencia pasada que le permitan tomar decisiones adecuadas que tengan repercusión en su futuro, desde el planteamiento de nuevas estrategias hasta la decisión sabia de pedir ayuda. Pero siempre desde el estado actual. Por esto es de suma importancia que aquellas personas que se encuentran en una situación de este tipo, se pregunten en qué clase de parking temporal han aparcado su vehículo y desde dónde están intentando dar una salida a su problema.
EL «QUÉ DIRÁN»
Otro de los pensamientos que suele venir en el mismo pack que los anteriores (proyección catastrófica del futuro y culpabilidad por la toma de decisiones pasadas) suele ser el martilleo permanente de lo que “los demás pensarán de mí”. Porque queramos o no, la pérdida del empleo, el estar parado, supone una especie de fracaso individual en el proyecto personal, aunque lo que es en realidad es un estrepitoso fracaso como sociedad. Pero el caso es que la persona comienza a salir de casa con la etiqueta de parado colgando de la gabardina y en permanente alerta acerca de la opinión ajena. Y aunque esto no es en todos los casos, el individuo comienza a viajar hacia el interior, tanto de su propio yo como de su casa, limitando y empobreciendo cada vez más su vida social y merodeando peligrosamente la zona del asterisco.
No es de extrañar que con este conjunto de pensamientos trabajando incansablemente día y noche en la cabeza y en el corazón de la persona que se encuentra en una situación de crisis, se llegue a un agotamiento inconsciente. Este estado de mínimos en muchas ocasiones va a derivar en una serie de trastornos, que unas veces serán de corte biológico, como descompensaciones bioquímicas, problemas gástricos, dolores de cabeza, úlceras y taquicardias y otras serán de índole psicológico, con sintomatología ansiosa y estado depresivo. Y así podemos decir que cerramos un círculo que comenzó con una carta de despido en un departamento de personal y acaba con una receta de antidepresivos en la consulta de un médico y una vida llena de horas y horas de televisión tumbado en el sofá de casa. Vamos, que de vuelta otra vez al asterisco.
No me tomo por ser un inconsciente. Sé que hay realidades muy complicadas, con los límites asomando muy de cerca y con la angustia colgando del brazo. Y por desgracia hay muchas. No tengo soluciones mágicas de cómo resolver estas situaciones de crisis personales y familiares. Lo que sí entiendo es de caminos y, sobre todo, de los caminos que no son útiles. Y entregarse a pensamientos e ideas que no están basadas en la realidad conduce a un efecto embudo que en nada favorece al afrontamiento activo del problema. Por lo tanto, el camino no es este. La realidad está en las personas que tenemos incondicionalmente alrededor, como la pareja, los hijos, la familia y amigos. La realidad está en saber pedir ayuda y en el movimiento. Existe una gran diferencia entre estar sin empleo y estar sin hacer nada, ya que es esto último lo que tarde o temprano nos tomará de la mano y casi como sin querer, sin meter excesivo ruido, nos llevará a visitar el asterisco.
ALFONSO ECHÁVARRI GORRICHO
Psicólogo
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