La mayoría de las personas que cometen actos suicidas titubean entre la vida y la muerte. Por un lado, el impulso de vida; por otro, el deseo de suicidarse, que en realidad es el deseo irrefrenable de matar la vida, que no soportan, constituida por las situaciones ante las que se sienten en indefensión.
Este dilema vital supone una lucha infernal en la que unas veces gana la partida el deseo de matar situaciones que se consideran inaguantables y que han desbordado las propias capacidades de respuesta atentando gravemente contra la esperanza, materializado en un intento que no siempre pretende alcanzar su objetivo final: acabar con la vida.
La ideación suicida se va gestando en el tiempo, se trata de un conjunto de pensamientos orientados en una misma dirección que van cobrando fuerza y mediante los cuales la persona va dando forma a la salida de la angustia, la desorientación, la frustración y la desesperación en la que vive.
Algunos tipos de personalidad dominados por el negativismo e impregnados por ideas catastrofistas son especialmente vulnerables a la ideación suicida, que se ve favorecida por la tendencia a vivir anclados en el pasado del que enfatizan aquellos momentos especialmente dolorosos o traumáticos, rememorándolos una y otra vez hasta el punto de continuar vivenciándolos en el presente con la misma carga emocional que cuando ocurrieron. Obviamente el presente no tiene posibilidad de ser vivido; y el futuro, vivenciado anticipadamente como catastrófico, es tan solo una anticipación de nuevas situaciones dolorosas y traumáticas: «si no lo logré antes, no lo conseguiré mañana, será un desastre».
Este tipo de personalidades con tendencias victimistas alimentan el resentimiento por lo que re-sienten una y otra vez el sufrimiento vivido y reprimen la rabia.
Los mecanismos de defensa que dominan estas estructuras son la represión que les lleva a vivir como una ‘olla exprés’, siempre a punto de estallar, y la retroflexión, mecanismo que corta el impulso del sentimiento e invierte la rabia, que no es expresada hacia el exterior, sino hacia sí mismo. Así, poco a poco se va ‘cocinando’ su deseo de suicidarse.
Esta vivencia repetida en el tiempo puede hacer que la persona pase de la ideación suicida a la consumación del acto suicida, por eso es importante prestar atención al diálogo interno que mantenemos, sobre todo en situaciones que se presentan conflictivas o que rompen con nuestros esquemas predecibles.
La personalidad depresiva aumenta el riesgo de suicidarse
En la depresión grave es donde aparece con más frecuencia la ideación suicida, ya que afecta a las cuatro dimensiones de la vitalidad del ser:
# 1.- Humor depresivo
La depresión lleva a la persona a vivir en un estado de angustia y malestar permanente, en la que dominan sentimientos de tristeza profunda, irritabilidad, decaimiento, ausencia de entusiasmo, desgana por todo o casi todo. La sensación más frecuente es la vivencia de estar en un «pozo negro» que no tiene salida.
# 2.- Discomunicación
La relación con los otros está disminuida. Encuentra dificultad para relacionarse con los demás, aún con personas cercanas a las que estiman. La persona experimenta una incapacidad para disfrutar de actividades lúdicas, que antes le ocasionaban placer. Se produce un aislamiento intrapersonal, un encerramiento profundo y doloroso ante el que la vivencia personal es de no tener salida.
# 3.- Ritmopatía
Los ritmos circadianos se encuentran alterados afectando los estados de sueño, de vigilia y la alimentación.
# 4.- Anergia
El nivel energético es muy bajo, por lo que la vivencia es de cansancio. Como dicen algunas personas, «no puedo con mi alma».
Desde este estado de alteración, la persona deprimida siente un dolor en el alma que vive como insoportable y que constituye como un círculo cerrado, una vivencia sin salida en la que la angustia impide el contacto con la experiencia real y anula las posibilidades de afrontamiento de las que dispone.
El paso al acto suicida está relacionado con el grado de esta vivencia de desesperación. Así el suicidio tiene lugar cuando la persona traspasa el límite de tolerancia al dolor psíquico. La tolerancia pues, es un factor a tener en cuenta, ya que el nivel de tolerancia supone y determina la fortaleza o debilidad con la que una persona se enfrenta a los acontecimientos estresantes de la vida y si es más vulnerable o no al deseo de suicidarse. Por tanto, cuando el nivel de tolerancia es bajo, la saturación, el bloqueo y la ideación que contempla el hecho de suicidarse como salida y salvación es mayor, por lo que el riesgo de que llegue a convertirse en acto suicida también se incrementa.
MARÍA GUERRERO ESCUSA
Psicóloga y profesora de la Universidad de Murcia
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Por fin alguien que puede entender un poco a los suicidas.
“El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Todos los humanos somos débiles, unos más que otros. A veces los ‘locos’ están en la calle y los más ‘cuerdos’ en las clínicas de reposo. Esta sociedad, llena de desigualdades e iniquidad, se autodestruye a cada paso. Maldita suciedad, digo… sociedad. Malditos las mujeres y los hombres que la integramos, nos merecemos todos la muerte. Ojalá Dios venga pronto y acabe con toda esta “porquería” para que renazca una nueva humanidad.
Yo lo pienso a menudo, porque vivo encerrado en una situación kafkiana, levantando muros cada vez más altos frente a los demás, porque soy muy sensible y me hieren con mucha facilidad. Aunque dicen que me quieren, no me respetan. Me defiendo poniendo distancia, aún teniendo sentimientos muy profundos hacia ellos.
Nadie entiende cómo soy, ni lo que albergo. Siempre he salido adelante a base de inteligencia y trabajo, pero en estos momentos estoy derrotado. A la que vienen dos o tres días malos, empiezo con conductas parasuicidas, buscando puntos donde ahorcarme, o tentado de autolesionarme, y me tranquiliza, porque concibo que tengo una puerta abierta.
Sin embargo, cuando he estado cerca de hacerlo, me ha salido una voz interior pidiendo ayuda. Le he hecho caso, pero cualquier día puedo pasarme de rosca y hacerlo. Así estoy.
Llevo un año sintiéndome igual que tú y, sinceramente, no sé qué hacer.
Yo tampoco sé qué hacer. El suicidio es una salida, pero temo por mi mujer, por mi familia. Voy empujando cada día como puedo. Sigamos hablando aquí, si os parece.
Andrew, nuestra percepción es distinta a la de los demás. Ojalá pudieras sentir lo que ven mis ojos al leer tus palabras. No te conozco y te quiero. Ojalá encuentres algún día la fortaleza suficiente para valorar la vida y a las personas y entiendas que tu pérdida en este mundo duele a quien ni siquiera te conoce.
A mí me pasa igual, pero cualquier manera de suicidio me parece espeluznante. Cada día me parece igual, sobre todo por las mañanas, que es peor. Gracias, Patricia y Andrew.
Tengo todos esos síntomas.
El 8 de marzo mi padre se colgó desde la viga de nuestro patio. Yo, su hija, lo encontré, lo bajé e intenté reanimarlo sin éxito… Somos una familia de cuatro hermanos y una madre maravillosa… Él mismo era para nosotros alguien maravilloso y no concebimos lo que ha hecho. Estamos destrozados y éste artículo que acabo de leer lo refleja a él de una manera brutal.
El suicidio es un impulso. Por eso, debemos aprender a observar a las personas, ya que algunas somos muy débiles y se nos pasa por la cabeza optar por el suicidio como una salida fácil a nuestros problemas.