Ya desde el siglo pasado, la llamada psicología ambiental empezó a estudiar la interacción que se produce entre el comportamiento humano y el medio ambiente. Así, el ruido, la densidad de población, la calidad del aire, el clima, entre otros, se han señalado como principales factores en el comportamiento humano. Eso sí, es una interacción recíproca: hombre-naturaleza, y viceversa.
El psicólogo Kart Lewin (1890-1947) fue uno de los primeros pensadores en ocuparse de la relación entre los seres humanos y el medio ambiente. Su objetivo fue determinar la influencia que la naturaleza produce en las personas, así como la forma en que la persona actúa, reacciona y se organiza dependiendo de su hábitat.
No obstante, no fue hasta los años 60 del siglo pasado, donde la psicología oficial comenzó a estudiar esa realidad: ambiente-persona. Surgió así lo que hoy llamamos psicología ambiental. Desde entonces dos son las cuestiones fundamentales de los expertos en esta materia: la influencia del medio ambiente sobre el estado psíquico de las personas; y la influencia de éstas sobre la naturaleza, es decir, el factor humano como gran potenciador, para bien o para mal, de las posibilidades del entorno.
Psicología ambiental
Así, pues, podemos afirmar que la psicología ambiental “es el estudio del comportamiento humano en relación con el medio ambiente ordenado y definido por el hombre. La convivencia ambiental es definida por Felles María (2004) “como el sistema de vivencias, conocimientos y experiencias que el individuo utiliza activamente en su relación con el medio ambiente”.
Podemos señalar tres principios básicos de la psicología ambiental:
# 1.- El hombre es capaz de modificar el medio ambiente
El hombre de forma directa o indirecta puede favorecer o entorpecer las buenas condiciones de la naturaleza. Desde el cuidado de los montes, el respeto por las condiciones físicas del entorno, el control de la contaminación (ruidos, humos, etc.) hasta el respeto por una planta o un animal. Todo ello puede contribuir a construir un mundo más bello, pero también más sano.
# 2.- La persona y el medio ambiente constituyen una entidad única
No podemos plantearnos, pues, el respeto a la naturaleza como algo impuesto, sino más bien como una actitud imprescindible para la propia supervivencia de la especie humana. Si defendemos y cuidamos la naturaleza, nos estamos defendiendo y cuidando a nosotros mismos.
# 3.- El individuo activa el medio ambiente y éste afecta a la persona
Esta idea es una consecuencia de lo anterior. El medio ambiente y el individuo no se contraponen, sino más bien son dos elementos de una misma realidad: la naturaleza.
Psiquiatría ecológica
A pesar de todas estas reflexiones las personas siguen relacionando con mucha frecuencia ‘sus males’ con los cambios climatológicos. Así lo explicitaba Juana, una mujer de 50 años y diagnosticada de depresión. Llegó un día muy angustiada a la consulta y me dijo: «Doctor, me encuentro muy bien, pero tengo miedo a la primavera; todos los años, por esta época, aparece la depresión».
Juana es una de tantas personas que achacan su malestar a la naturaleza, como el hombre primitivo relacionaba el trueno y el relámpago con la ira de los dioses. Si duele la cabeza o molesta la rodilla artrítica o el dolor de la úlcera se hace insoportable, siempre existe un culpable: el tiempo. Es como una muletilla para designar una causa que justifique el dolor o el bajón en el estado de ánimo.
Ocurre otro tanto en el otoño, otra estación también ‘responsable’ de muchos males, sobre todo psiquiátricos. En el reverso de esta situación también podemos señalar que la naturaleza tiene poderes mágicos que nos devuelve la salud perdida: el agua que nos hace adelgazar, el barro que tiene poderes curativos o los baños que nos rejuvenecen son alguna muestra de ello.
Lo cierto es que nada de esto está demostrado por la ciencia: ni la conexión positiva, ni la negativa. Por ejemplo, la relación entre las enfermedades depresivas y las alteraciones climatológicas no está completamente demostrada, pero vivencialmente se ha constatado que la primavera y el otoño son épocas donde proliferan esos cuadros clínicos. También el inicio del día es más proclive a la depresión que la tarde y tiene un valor diagnóstico. Por esto una de las preguntas obligadas en la entrevista psiquiátrica tradicional es: “¿Cuándo se encuentra usted peor por la mañana o por la tarde?”
La ciencia que trata de estos temas, es decir, de la mutua interacción dialéctica entre el enfermo mental y su medio ambiente, se llama psiquiatría ecológica. Entre esos fenómenos están las emigraciones o los cambios de casa. Una de las explicaciones que se baraja para entender el desajuste funcional del individuo que se marcha a otro país, o simplemente a otro barrio, está en el cambio de ecosistema que se produce (entorno natural, lengua y costumbres). Los mismos cambios ecológicos bruscos (terremotos, inundaciones, etc.) producen unas transformaciones tan radicales que el individuo se encuentra incapacitado para asumirlas. Es como si la persona, en esas circunstancias, se viera desbordada por el propio impulso destructor de la naturaleza. Al comprobar que sus límites geográficos se destruyen, se siente arrastrada hacia la desesperación y la depresión.
Hombre rural y hombre urbano
Según la psicología ambiental, podemos describir dos tipos de personalidades básicas en relación con el medio en que viven: el hombre rural y el hombre urbano.
El primero inmerso en un lugar reducido, donde las relaciones son cálidas y próximas, y los roles están muy marcados: existe una jerarquía, no establecida por leyes escritas, pero sí por el mismo devenir de la vida. Funciona al ritmo que marca la naturaleza: el día y la noche, el frío y el calor, la lluvia y el sol, son sus puntos de referencia. La preocupación no surge de los otros, sino de los ritmos de la naturaleza. La felicidad se centra en si lloverá o hará sol, o si la cosecha no será arrasada por el granizo. La propia naturaleza marca el paso en el mundo rural.
Por el contrario, el hombre urbano, no depende en nada de las circunstancias atmosféricas (trabaja igual los días de lluvia o de sol) y solamente está preocupado por la previsión meteorológica, en relación con la ‘estampida’ de los fines de semana. Las relaciones son más distantes, e incluso se escuda en el anonimato para acentuar más su individualidad. Eso sí, se ha hecho un experto en descubrir las posibles zancadillas del otro que vive junto a él (vecino o compañero).
En la actualidad, el campo de estudio de la psicología ambiental se ha ido ampliando respecto a sus inicios. Pero ya sean los entornos rurales o urbanos, naturaleza o cultura, la psicología ambiental ha demostrado que el entorno afecta al comportamiento de las personas, aunque éstas no sean conscientes de su influencia. Del mismo modo que el pez no sabe que vive en el agua, pero vive absolutamente condicionado por su medio ambiente. Por este motivo, Sommer (1990) definió al psicólogo ambiental como «el pez que estudia el agua».
Nueva forma de identificación
El término ecología procede del griego oikos (casa) y podemos considerarla como una ciencia específica que trata de las múltiples relaciones recíprocas entre el organismo y el medio natural (“su casa», o lugar de asentamiento), en el que debe tenerse en cuenta tanto a los otros organismos como las plantas, la naturaleza geofísica y los productos técnicos-culturales resultantes de la interacción entre el hombre y la naturaleza (Martì-Tusquets).
Desde la perspectiva de la psicología ambiental, se podría decir: «Dígame cómo es el clima, su constitución geofísica, su paisaje, su ecosistema, de su entorno, y podré definir su personalidad». A pesar de todo, el sistema hombre-medio es flexible: cada una de las partes de la relación es susceptible de transformarse, de adaptarse. No se da nunca una influencia directa y unívoca, ni de una parte ni de otra. Aquí es donde radica la grandeza de la naturaleza. Está ahí y deja ser.
Además, hasta ahora la territorialidad jugaba un papel decisivo en el comportamiento humano, como se observa en los animales mamíferos. Pero, hoy, gracias a las nuevas tecnologías y sobre todo a los avances de las comunicaciones (han acortado el espacio, hasta convertirlo en la «aldea global»), está superado ese concepto, como forma de identificación de un grupo humano.
Hoy, ha aparecido otro «ecosistema» más identificador, que el barrio, el pueblo, el valle donde se vive. Son las necesidades y problemas lo que facilita la agrupación y la identificación de los individuos: parados, ancianos, amas de casa, etc., cada uno de ellos, aunque su medio ambiente sea diferente, tienen algo en común: una misma necesidad. Así surge la era del asociacionismo: asociación de enfermos de cáncer, asociación de parados, asociación de amigos de los museos, etc. En este sentido, el ecosistema como tal va perdiendo la seña de identidad y va cobrando fuerza las necesidades, las carencias o los deseos de los individuos. Eso, y no el territorio, es lo que diferencia y al mismo tiempo agrupa, como forma más idónea de defensa.
La tecnología ha roto las distancias y ha conseguido que la persona trascienda su «medio» para asociarse con los que tienen sus mismos problemas o inquietudes. Hubo una época -en el tiempo de los gremios- que lo que más unía era la ocupación o el oficio (gremio de carpinteros, de herreros, de curtidores, etc.); hoy, lo que más identifica son las aspiraciones, deseos o necesidades. A pesar de todo, existe la tendencia a valorar el terruño, el pueblo, como buscando las raíces que la gran ciudad ha anulado.
Enseñanzas de la psicología ambiental
De forma sintética, podemos decir que la gran lección que nos transmite la naturaleza es que la adaptación es el principio básico de la felicidad.
Esta adaptación hay que entenderla en un doble movimiento: transformación y cambio de uno mismo, y de la circunstancia que ha producido el desequilibrio y consiguientemente la angustia.
Repasemos las tres lecciones más importantes que podemos aprender gracias a la psicología ambiental:
# 1.- Conseguir la armonía dentro de la diversidad
Es la lección principal: la lluvia y el sol, la montaña y la llanura, el día y la noche, el frío y el calor, configuran un conjunto diverso, pero armónico. En eso consiste la felicidad: en la capacidad de armonizar las situaciones más diversas: vida y muerte, salud y enfermedad, alegría y tristeza. Si lo diseccionamos y nos quedamos con un solo aspecto (generalmente el más negativo) facilitaremos la aparición de vivencias adversas: depresión, ansiedad, etc.
# 2.- La necesidad del ritmo
En la naturaleza no existe el estrés: todo está medido y programado, incluso los grandes fenómenos climatológicos: “después de la tempestad, viene la calma”. Deberíamos copiar ese movimiento rítmico de la naturaleza. El hombre, por contra, a veces no sabe parar y solamente descansa con más trabajo. Incluso su contacto con la propia naturaleza lo convierte en trabajo y en definitiva en estrés. Un ejemplo: la persona que en los fines de semana se marcha a la casa que tiene en el campo, pero no disfruta ni del sol ni del paisaje, pues tiene que podar los árboles, cortar el césped, plantar unos rosales y todo ello en un tiempo récord, pues hay que volver pronto para no encontrar la caravana de regreso. Esa persona se ha puesto en contacto con la Naturaleza pero lleva el mismo traje de la gran ciudad: las prisas.
# 3.- Todo es aprovechable
En la Naturaleza no existen «buenos» ni «malos». Todo está al servicio del universo, en general. Tanto el águila imperial, como el pajarillo del bosque, o el gusano de seda, todos son necesarios para mantener el equilibrio ecológico. Los hombres deberíamos aprender que la dicotomía entre tontos e inteligentes, blancos y negros, amo o criado, feos o guapos por poner sólo algunos ejemplos, no tiene sentido. Cada uno de nosotros tenemos una misión que cumplir en este gran universo que es la tierra: nadie es imprescindible, pero todos somos necesarios para que el universo humano siga adelante. El gran reto es que cada uno de nosotros debe encontrar su sitio y comenzar a elaborar su propia felicidad, ya sea en el campo o en la gran ciudad.
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra. Profesor en Centro de Humanización de la Salud. Exprofesor de Psicopatología en la Facultad de Psicología de la Universidad de Comillas
Foto: Paul Filitchkin
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