Muchas personas creen haber encontrado ‘la solución mágica’ a gran parte de sus problemas en las ‘pastillas de la felicidad’. Son los ansiolíticos y antidepresivos. Y no pueden vivir sin ellos.
Los españoles somos los terceros consumidores de ansiolíticos en Europa por detrás de irlandeses y portugueses. El insomnio y los trastornos de ansiedad a causa de la crisis económica han disparado el consumo de estas píldoras.
El consumo de antidepresivos también se ha desorbitado en España. De hecho, en apenas una década se ha más que duplicado la venta de estas ‘pastillas de la felicidad’, como el famoso Prozac u otras moléculas que llegaron más tarde al mercado. En el año 2000 se consumían 30 dosis diarias de media por cada mil habitantes, mientras que en 2011 se pasó a 64, según datos de la OCDE.
Por su parte, en los Estados Unidos domina el consumo de barbitúricos y las anfetaminas arrasan.
Automedicación
En los países ricos, la ansiedad, la obesidad, los dolores, el insomnio o la misma depresión, se suelen tratar por lo que dice un amigo o lo que le ha ido bien al vecino del quinto. Un ejemplo de esta situación es aquel paciente que al entrar en la consulta y como forma de presentación me dijo: “Mire, doctor, quiero que me recete la píldora verde de la depresión pues a mi vecina se la prescribió y le ha ido muy bien”. Me quedé perplejo pues no sabía ni qué le pasaba, ni quién era su vecina y, por supuesto, a qué antidepresivo se refería con lo de «la píldora verde»…
Acumulación de pastillas
El acopio desmedido y sin control es otro gran lastre de la medicina actual. Cuando acude una persona mayor a la consulta, es frecuente que, incluso antes de manifestar su dolencia, a modo de muestrario, extienda sobre la mesa del médico los diversos comprimidos que está tomando: para el colesterol, la hipertensión, la ansiedad, el insomnio, el mareo, los dolores de cabeza, para el estómago, etc.
Entre otras razones, podemos afirmar que a esta situación se llega por dos caminos: una atención médica dirigida al síntoma (no a la persona como totalidad) y, por parte del paciente, una incapacidad para aceptar lo que mi abuela denominaba «las goteras de la edad» (dolores, insomnio, mareos, etc.). Ambas circunstancias, cuando se cruzan, se potencian y dan lugar a la polifarmacia (acumulación excesiva de fármacos) en un intento por no sufrir (paciente) y en un deseo omnipotente de evitar todo sufrimiento (médico).
A todo esto podemos agregar otro dato: vivimos en «la cultura de la pastilla»: existe una píldora para adelgazar, otro comprimido para dormir bien, otra pastilla para ser feliz, etc. Nuestra sociedad es una sociedad medicalizada y donde se busca el remedio mágico para todo, incluso en la medicina no oficial.
En este contexto, el medicamento adquiere un valor significativo. Es más, algunas personas no pueden vivir sin las pastillas verdes, rojas, azules o amarillas. Pero no todas las personas tienen las mismas motivaciones en la utilización de los fármacos, casi siempre necesarios, pero en ocasiones utilizados para tapar alguna deficiencia psíquica.
Motivos por los que recurrimos a las ‘pastillas de la felicidad’
# 1.- Sentimiento de inferioridad
Existen personas que parten de una concepción muy negativa de su cuerpo, de sus capacidades para estudiar o para relacionarse con el otro sexo. Una solución fácil es tomar una pastilla para adelgazar o una anfetamina para conseguir un “mayor rendimiento intelectual” o un comprimido para ser más alegre, menos introvertido.
Pero en estas situaciones ocurre como en “la parábola del saco roto”, que la solución no está en llenarlo de piedras preciosas (todo se caía pues tenía un agujero en el fondo), sino en remendar, en reconstruir al sujeto para superar su sentimiento de inferioridad. La solución, pues, no está en la ‘pastilla de la felicidad’, sino en la capacidad del sujeto para cambiar y tomar sus propias decisiones. Si no ‘remendamos’ nuestra propia existencia, de nada servirán las opciones que tomemos, por buenas y sabias que sean.
# 2.- Concepto mágico de las píldoras
En ocasiones, el sujeto toma la medicación como Popeye comía sus espinacas, esperando que por arte de magia y gracias a las ‘pastillas de la felicidad’, se convierta en el más guapo, más fuerte o más deseado. De aquí, surgen los productos ‘maravillosos’ para reponer la caída del cabello o para perder peso, entre otros. En estas ocasiones se olvida que todo ser humano tiene capacidad para cambiar y cambiar a los demás.
# 3.- La ley del mínimo esfuerzo
En el uso de los medicamentos a veces subyace la ley del mínimo esfuerzo. Estamos inmersos en una cultura en la que se prima los resultados (ganar más dinero, tener más salud…) no los medios y el esfuerzo que tenemos que poner para mantener la «línea» o tener un adecuado nivel de colesterol, etc. Los medicamentos pueden ayudar a mantener un adecuado nivel de bienestar, pero cada uno de nosotros debe esforzarse por mantener una vida saludable.
# 4.- Bajo umbral de sufrimiento
Tanto el dolor físico como psíquico (la angustia) es mal soportado por la mayoría de las personas. Huimos de todo lo que huela a malestar y rápidamente tomamos el analgésico para el dolor de cabeza o de espalda o un ansiolítico cuando nuestro hijo adolescente no ha llegado a su hora a casa, etc. En estas ocasiones, los fármacos nos pueden quitar el síntoma, pero también nos pueden incapacitar para poder comprender mejor la situación y, consiguientemente, poner los remedios más oportunos.
Es evidente que gracias a las investigaciones farmacológicas nuestras vidas son más agradables. Hemos conseguido un mayor nivel de bienestar e incluso, en ocasiones, se puede mantener una cierta calidad de vida en los enfermos crónicos (buenos ejemplos son los avances farmacológicos en el tratamiento del sida). Pero no podemos olvidar que los fármacos también han sido utilizados de forma inconveniente y que en ocasiones se abusan de los mismos. Una información cualificada sobre ellos y el uso racional de los medicamentos son los pilares para conseguir una adecuada salud física y psíquica. Desterremos, por tanto, este concepto de las ‘pastillas de la felicidad’. Nuestra salud nos lo agradecerá.
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra. Profesor en Centro de Humanización de la Salud. Exprofesor de Psicopatología en la Facultad de Psicología de la Universidad de Comillas
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