La ortorexia es un trastorno alimentario que consiste en la obsesión enfermiza por comer solo alimentos considerados saludables por la persona afectada por dicha patología. ¿Por qué se ha abierto paso en nuestra sociedad una conducta obsesiva como la ortorexia? Se podría explicar de acuerdo a varios factores.
El sobrepeso, una epidemia en los países desarrollados
Casi el 30% de la población mundial tiene sobrepeso. En las últimas décadas, este problema se ha agudizado de manera creciente en los países desarrollados. Desde 1980, las cifras se han incrementado en un 50%. Estados Unidos es el país con la mayor tasa de sobrepeso del mundo. Uno de cada tres estadounidenses supera el peso que se considera sano para su altura y complexión. Asimismo tiene la mayor proporción de personas obesas del planeta, con un 33%. Le sigue muy de cerca México, con una tasa de obesidad del 32,8%. Así, uno de cada tres adultos en México y Estados Unidos, y más de uno de cada cuatro en Australia, Canadá y Chile son obesos.
En España, a pesar de que nuestra cultura gastronómica hunde sus raíces en la dieta mediterránea, una de las más saludables de la Unión Europea, la obesidad va haciéndose sitio en nuestra vida. De hecho, uno de cada seis adultos y uno de cada cinco niños son obesos, mientras que más del 50% de los españoles sufre de sobrepeso.
Cuerpo y mente
Es evidente que cuerpo y mente están en interrelación constante. Van desde el polo de la armonía a la disonancia más clara. Todos podemos relatar alguna experiencia que pusiera de manifiesto esta estrecha influencia entre el cuerpo y la mente.
Pero esta sincronía, no es sinónimo de falta de altibajos sino más bien se manifiesta por la ausencia de signos psíquicos o corporales, que inclinen la balanza hacia un lado u otro. En la armonía, la mente y el cuerpo pasan desapercibidos, para tomar protagonismo la persona como unidad total.
Cuerpo y mente están en armonía cuando una parte no influye tanto en la otra de manera que produzca dolor, angustia o tristeza.
Analicemos esta interrelación entre cuerpo y mente a través de la comida.
Alimentación y placer
El acto de alimentarse, desde el mamar hasta la degustación de los más ricos manjares, tiene una doble significación: nutrición y placer. El bebé come para reponer energías (es una necesidad fisiológica para seguir viviendo), pero al mismo tiempo el contacto físico con la madre, o el mismo hecho de tragar, le produce placer. Es posiblemente la primera vivencia de satisfacción de todo ser humano. Es por ello, que la comida va a ser un pivote donde gire todo el resto de la existencia. Esa primera vivencia placentera se puede convertir en el motor de la vida o ser un lastre. Lo que es indudable es que no pasará inadvertida.
De forma didáctica podemos afirmar que en la conducta alimentaria se pueden distinguir tres niveles: fisiológico, psicológico y relacional. El primero de ellos señala la necesidad energética, que tiene todo organismo vivo. Necesita comer para vivir. El ayuno prolongado es sinónimo de muerte. Incluso en los ancianos se observa un hecho muy curioso, que me describía en cierta ocasión una persona de 90 años: «No me importan los dolores, ni los achaques, pues, mientras tenga apetito, viviré». Es como si la comida fuera un salvoconducto para prolongar la vida de forma indefinida.
En alguna ocasión algún depresivo me ha dicho: «Si yo comiera, me curaría, doctor». La comida, pues, no es solamente un remedio para reponer las fuerzas del cuerpo, sino también de la mente. Es decir, la comida también tiene una dimensión psicológica. Desde el punto de vista psicodinámico, la boca es la primera zona productiva de placer ( «zona erógena»), con una doble función: tragar y masticar. Así, podemos observar cómo el niño, en su primer año de vida, consigue el placer a través de chupar los objetos y de morder. Es su forma de disfrutar. Es una vivencia normal y por lo tanto no se puede reprimir ni castigar. El predominio, de alguna de estas dos fases, produce un carácter pasivo («oral-pasivo») o un carácter agresivo («oral-agresivo»).
En el primer caso, va a dar lugar a un adulto dependiente, egoísta. Son personalidades que «tragan» todo y nunca saben poner límites a sus propios deseos y necesidades, pero sin tener en cuenta al otro. El prototipo es el «trepa». Y en el campo de la enfermedad mental encontramos a los alcohólicos y drogodependientes. Por contra, «el adulto oral-agresivo» solamente tiene en cuenta al otro para destruirlo o para explotarlo. El prototipo es el jefe tirano. Y dentro de las alteraciones más psicopatológicas están las personalidades agresivas o delictivas.
En tercer lugar, el nivel relacional, la comida constituye el primer nexo de contacto entre el individuo y el medio. La boca del bebé y el pecho materno es la primera experiencia relacional. Y ¡es a través de la boca! Desde ese momento la comida se constituye en sinónimo de compartir.
Todos nosotros podemos tener la experiencia de lo molesto que resulta comer solos y por eso buscamos sucedáneos de la compañía: la radio, la TV o el mismo periódico, se convierten en los compañeros de mesa, para poder mitigar la frialdad de una comida en solitario.
De la ortorexia a la comida basura
Nunca los extremos son saludables. A mí me gusta repetir que según los clásicos “la virtud está en el centro”, y el tema de la comida no iba a ser una excepción. Tanto “se peca” por una preocupación excesiva por la dieta, como por la ausencia de unas mínimas condiciones hacia la comida.
En el primer caso estamos hablando de la ortorexia, que según los entendidos, se materializa en una obsesión patológica por la comida biológicamente pura. Es decir, son personas que viven por y para la comida, convirtiendo su vida en una constante preocupación por qué comer o qué productos son más saludables. Analizan cada alimento para evitar comida con transgénicos, sustancias artificiales, pesticidas o herbicidas.
Las personas afectadas por ortorexia pueden llegar a suprimir de la dieta, las grasas y todos los productos que por una u otra razón aporten ‘malas vibraciones’ (la leche, los hidratos de carbono, etc.). Este comportamiento lo profesan algunos vegetarianos, frutistas, macrobióticos o crudívoros muy extremistas. La obsesión por comer sano puede, paradójicamente, acarrear graves consecuencia para la salud, por el riesgo de producir anemia, hipervitaminosis o hipo, hipertensión, osteoporosis, ansiedad y depresión, y pérdida del vínculo social (para no comer alimentos impuros no asisten a festejos familiares o de amigos), entre otros.
Cómo saber si una persona sufre ortorexia
Según Bratman, las respuestas positivas a las siguientes cuestiones indicarían ortorexia:
# 1.- Dedicar más de tres horas al día a pensar en una dieta sana.
# 2.- Preocuparse más por la calidad de los alimentos que del placer de consumirlos.
# 3.- Disminución de la calidad de vida conforme aumenta la pseudocalidad de su alimentación.
# 4.- Sentimientos de culpabilidad cuando no cumple con sus convicciones dietéticas.
# 5.- Planificación excesiva de lo que comerá al día siguiente.
# 6.- Aislamiento social por el tipo de alimentación.
En el otro extremo, están los despreocupados por una dieta con una mínima calidad, que se alimentan habitualmente con «comida basura» (hamburguesas, pizzas, etc.,) con las consecuencias nefastas para la salud que sabemos: hipertensión, coleterol alto, obesidad, etc.
Psicología y dieta
Una dieta adecuada es el punto intermedio entre la despreocupación de quienes se alimentan con «comida basura» y la obsesión de la ortorexia. La mejor dieta es la que la persona puede seguir fácilmente, es decir, es aquella que está ajustada a sus gustos, edad, constitución física, actividad diaria, etc. Eso sí, tenemos que tener claro que dietas milagrosas para adelgazar, sin esfuerzo y en poco tiempo, no existen. Y esto es así, porque adelgazar no es solo perder peso, sino que es perder grasa.
Para que una dieta sea eficaz, quien la sigue ha de ser consciente de que en su forma de alimentarse y en su peso influyen muchos aspectos como la genética, su cultura, sus costumbres, su familia, su situación económica, las horas y actividad laboral, etc. Por esto la dieta debe ser personalizada y además hay que huir de la «dieta yo-yo»: adelgazar y engordar rápidamente. Es lo que ocurre a las personas que todos los años por la llamada «operación bikini» se ponen a dieta en el pre-verano, pero después descuidan totalmente su alimentación.
La dieta en sí no es ni buena ni mala, es decir, puede favorecer o dificultar la calidad de vida y consiguientemente los niveles de salud mental, dependiendo de si contribuye a que el sujeto se encuentre a gusto consigo mismo y con su cuerpo, sin llegar a situaciones psicopatológicas graves como la anorexia, la bulimia o la ortorexia. Lo importante es que dentro de unos parámetros adecuados para la salud física, el individuo se sienta bien con su cuerpo, pues esto repercutiría tanto en el ámbito psíquico como físico.
A este respecto recuerdo que, cuando estaba estudiando en la Facultad de Medicina, un profesor de Dietética decía: «Para adelgazar hay que ingerir menos calorías que las que gastamos en la vida». De ahí la importancia del otro elemento de la dieta: el ejercicio físico.
De la vigorexia al sedentarismo
Según un informe llevado a cabo en 15 países de la Unión Europea, España se sitúa a la cabeza en sedentarismo. Concretamente, el 64% de la población española no realiza algún tipo de actividad física, lo que nos convierte en el primer país en cuanto a tasa de inactividad por habitante.
Pero, además, el 38% de los adolescentes españoles confiesan no practicar ningún ejercicio físico en su vida diaria y se ha demostrado que los niños cada vez dedican menos tiempo al deporte y prefieren ocupar su ocio en ver la televisión o jugar con el ordenador, actividades que no requieren ningún esfuerzo físico.
El ejercicio físico, entendido como cualquier movimiento voluntario realizado por los músculos, se encuentra en el punto intermedio entre la obsesión por «estar en forma», convirtiendo el gimnasio en el centro de la vida y aquellos otros que para ir a la farmacia del barrio cogen el coche. El primero peca por exceso y el segundo por defecto. Lo primero se denomina vigorexia o complejo de Adonis. Adoración al gimnasio es lo que siente la persona obsesionada por verse los músculos, que se mira continuamente al espejo y que constantemente hace uso de la báscula. El vigoréxico llega incluso a abandonar las actividades sociales por el gimnasio. Vive por y para estar en forma.
El contrapunto es el sedentarismo y todo lo que esto significa: indiferencia ante el ejercicio físico y tendencia a la pasividad.
Pero una actividad física realizada con mesura, además de ayudar a controlar el peso, ayuda a prevenir enfermedades del corazón, diabetes, hipertensión y los problemas de espalda. Además, en el ámbito psicológico, incrementa la calidad de vida con un mejor nivel de autoestima y favorece la disminución del estrés; y se hace en grupo, favorece la interrelación personal. Además, muchos estudios sugieren que el ejercicio físico se acompaña de una disminución de los niveles de ansiedad y de depresión.
Corpore sano in mente sana
El cuerpo y la mente están en perfecta sincronía. Cuanto más felices estemos mejor funcionara nuestro cuerpo. Lo contrario también es cierto: cuando mejor estemos físicamente mayor posibilidad tenemos de ser felices. Pensando solamente en el cuerpo, estaremos más sanos si hacemos ejercicio físico de manera regular y cuidamos nuestra alimentación, pero sin obsesiones, como la ortorexia. De esta forma conseguiremos que se cumpla la vieja sentencia: Corpore sano in mente sana.
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra. Profesor en Centro de Humanización de la Salud. Exprofesor de Psicopatología en la Facultad de Psicología de la Universidad de Comillas
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