El ser humano está en constante construcción. Es como un complejo edificio que va levantándose poco a poco a lo largo de su biografía. Al principio solo posee unos cimientos que serán la base de un encofrado que servirá como armazón al resto de la estructura. En esta fase está expuesto a la intemperie, a los vientos, la lluvia, el frío y el calor del sol. Es decir, la persona en su etapa más infantil no posee determinadas competencias para gestionar con éxito todas las situaciones que le rodean. Es por eso que en determinadas situaciones recurra a lo que conocemos como mentiras, unos medios que utiliza para sacudirse de ciertas responsabilidades para las cuales no está psicológicamente preparada.
Las mentiras en la etapa de construcción
No es frecuente encontrar niños que argumenten que el jarrón “no se rompió” sino que “lo rompí yo por mi falta de consideración con los elementos comunes del hogar mientras hacía caso omiso a mi responsabilidad de no jugar al balón dentro de casa”. Quiero decir con esto que la persona en edad temprana no posee estos elementos argumentativos relacionados con la ética acerca de la realidad ocurrente y es por ello por lo que ‘reacomoda’ esta realidad desde su mundo limitado de experiencias.
Por lo tanto, inicialmente la mentira puede convertirse en un medio para evitar una serie de consecuencias negativas ante una conducta que no ha sido calificada como exitosa. El niño que ha metido ‘el gol de su vida’ en el pasillo de su casa a costa del jarrón ‘chino’ made in Spain, seguro que ya adelanta lo que va a venir a continuación. Y no son precisamente los ‘vítores de su afición’. Es por ello por lo que intenta escapar de esta situación para la que inicialmente no tiene recursos de afrontamiento a través de lo que conocemos como mentiras. “El jarrón estaba roto. Yo no estaba jugando al balón en casa. Yo no he sido”.
Esto que podemos considerar como algo normal en los niños pequeños, sin embargo es materia educativa por parte de los padres. Enseñar desde edades tempranas acerca de la responsabilidad de las acciones es algo que posibilitará a este niño en su vida adulta no “tirar balones fuera” con no sé cuántos ‘jarrones’ de por medio.
Corregir es educar. Corregir con cariño y recompensar la sinceridad del pequeño más que castigar las mentiras, aunque en ocasiones también es muy educativo que asuman ciertas consecuencias en relación a sus acciones. Pero con medida.
Las mentiras como salvaguarda de la imagen
El problema aparece cuando estos mecanismos de corrección no están presentes y el niño va creciendo integrando las mentiras y los engaños en su persona, como un modo eficaz de consecución de determinadas ganancias.
En el adulto, estas ganancias de la acción de mentir pueden tener muchas alternativas, pero en este artículo vamos a tratar sobre aquellas que tienen que ver con el mantenimiento de la imagen, tanto externa como interna, es decir, con la imagen que la persona proyecta al exterior, hacia los otros, y con la propia autoimagen.
Ambas están muy relacionadas con la estima percibida, y es por ello por la que en ocasiones el ser humano construye su imagen a través de elementos distantes con su realidad a través del mecanismo de la falsedad, de la mentira o del maquillaje del propio yo. Hemos comenzado asemejando al niño pequeño con los cimientos y el encofrado. El adulto ya tiene tabiques, paredes y elementos de decoración, y en ocasiones, el mantenimiento del edificio, tal y como se conoce, es costoso. De esto ya nos hablaba de alguna manera Jung a través de la explicación de lo que él denominaba “yo social”. El yo social es la parte de la persona que responde activamente a lo que se espera de ella, y por lo que se le recompensa.
Me explico con una reflexión que te propongo a ti, lector. Tu familia o tus amigos te conocen tal y como eres. Seguramente tienes ciertas habilidades por las cuales destacas. Tal vez eres el que mejor prepara los viajes, quien hace la mejor paella o en quien se puede confiar algo muy íntimo. Y tú sabes que es así porque de una forma o de otra así te lo dicen (te lo recompensan). Y como a nadie le amarga un dulce, irás creyendo que parte de tu persona tiene estas características positivas, que sin duda las tienes, pero que son fruto de esa interacción de cara al exterior. Jung decía que en esta faceta externa, el ser humano actuaba enmascarado, en referencia a los papeles asignados a los actores de la Grecia clásica a través de unas máscaras. Estos actores representaban fielmente su papel y por ello eran aplaudidos. No estoy hablando de falsedad, sino de un primer acercamiento al autoconcepto humano, ya que este “yo social” es capaz de movilizar conductas a través de “lo que se espera de nosotros”.
Pongamos un ejemplo. Si se nos conoce como personas discretas, se espera que no divulguemos una confidencia. Y cuando no lo hacemos, se nos recompensa por ello (“en ti se puede confiar”) y la conducta se refuerza para próximas ocasiones. Este procedimiento que es muy simple, tiene sin embargo mucha fuerza y es capaz de formar, como ya hemos dicho, un concepto propio de lo que la persona es. En este caso de persona que es capaz de guardar las confidencias de otro. ¿Qué ocurriría si en una determinada ocasión la persona viola este principio, si traiciona la confianza del otro? ¿Qué pasaría con su autoconcepto? En primer lugar se produciría un profundo malestar interno porque la persona estaría cuestionando directamente su propia percepción. Y casi de inmediato el malestar se incrementaría ante el temor de romper su imagen externa, esa imagen social de la que hablábamos. Si esto sucediese, la persona dejaría de recibir las recompensas asociadas a su conducta y ante la amenaza de la pérdida puede recurrir al mecanismo de la mentira. “Yo no he dicho nada a nadie”, “habrá sido otra persona, yo no”, “cómo puedes dudar de mí”, y un largo etcétera.
Con el ejemplo anterior quiero decir que el ser humano puede acudir a la herramienta de las mentiras para salvaguardar su propia imagen, tanto externa como autopercibida.
Es posible que para la persona sea más importante ser sincera que proyectar una imagen. Si esto es así, percibirá que las pérdidas asociadas a su percepción más genuina, más interna, superarán a las ganancias externas, por lo que es más que probable que no recurra a las mentiras. Vamos, que es un tema de conciencia.
Uso y abuso de las mentiras
El problema de todo esto es cuando el uso de la herramienta de las mentiras se convierte en abuso. Es aquí donde se pierden fácilmente las referencias y donde se suele producir con más facilidad la anestesia de la ética y de la moral.
La persona que empieza a integrar las mentiras en su vida de forma sistemática lo hace de tal forma que convierte en costumbre el hecho puntual, perdiendo la capacidad de análisis e instalándose en la inercia. Hasta los más pequeños asuntos están salpicados de medias verdades. De los grandes, ni hablamos.
Es curioso recordar el episodio histórico de Benito Mussolini y la estimación de sus ejércitos. Reorganizó sus divisiones de tal manera que cada una de ellas contaba con dos regimientos en lugar de tres. Con esto lógicamente le salían más divisiones y así podía alardear de poderío militar. Las masas aclamaban a su líder. Tal vez este engaño de cara al exterior y el correspondiente autoengaño perceptivo, causó una nefasta estimación de la fuerza del ejército fascista durante los episodios de la segunda guerra mundial, estimación que el propio Mussolini creyó.
Este modelo comportamental tiene una directa implicación en el sistema de creencias de la persona, es decir, que de tanto practicar la mentira puede llegar a enmarcar su vida en una mezcolanza entre fantasía y realidad, de difícil resolución. Lo que se conoce como “se cree sus propias mentiras”. Así, estas personas adoptan un modelo de vida como sí, construyendo un personaje irreal que les permita seguir recibiendo recompensas externas. Cuando este falso personaje llega a ser creíble para el propio individuo, es entonces el tiempo de los desequilibrios y de los trastornos mentales.
¿Son igualmente dañinas todas las mentiras?
Personalmente creo que en ocasiones no. Pero esto hay que matizarlo. Mentir no está bien y tarde o temprano se pagará el peaje. Sin embargo acontecen situaciones en las que esconder parte de la realidad puede que no sea tan negativo. Y estas situaciones deben ser analizadas por la persona siempre en función del bien ajeno y nunca desde el beneficio propio. Tomemos como ejemplo el siguiente fragmento de la novela La bibliotecaria de Auschwitz, de Antonio G. Iturbe:
Cuando Alice le pregunta si es verdad que matan cada día a cientos de personas con inhalaciones de gas, él le dice que solo a los desahuciados, que no se angustie, y en seguida cambia de tema. Rudi sabe que la verdad en Auschwitz es un mal negocio.
Existen mentiras de todo tipo y condición, de diferentes tamaños y consecuencias. Las hay pequeñas, de las de andar por casa. Las hay también intermedias. Pero también existen las que contaminan la compañía y la que destrozan relaciones. Cuando digo que en ocasiones la mentira puede que no sea dañina, me refiero a las primeras, a las de andar por casa, es decir a aquellas que piensan en el bienestar del otro. Sé que esto puede ser cuestionable, pero hay ocasiones en que la no verdad trae más beneficios que la verdad completa. En el caso del fragmento anterior está claro. No tenía ningún sentido angustiar a una niña con una realidad difícilmente asimilable.
Este es un tema complicado ya que es el sentido común el que dicta la diferencia entre lo que conviene al otro y el derecho que toda persona tiene de conocer la realidad que más directamente le atañe. Y en ocasiones es el sentido común el que no está a la altura. Es un tema para reflexionar.
El daño producido por la mentira
Considero que el daño ocasionado por las mentiras se reparte entre las personas objetivo y el propio individuo, ya que por una parte los separa profundamente a través de una cercanía ficticia, y por otra causa un gran daño en la propia persona que miente.
El autor Mark Twain habla de dos clases de mentiras (en Conspiración Universal de la Mentira de la Afirmación Silenciosa). Las primeras son aquellas cuyos destinatarios son los demás y consisten básicamente en aseverar que una cosa es lo contrario de lo que es. Si es alto, pues bajo. Si he roto el jarrón con el balón, pues yo no he sido. La segunda clase de mentiras encierra más peligro que la primera, ya que no solo consiste en hacer creer a los demás algo que no es, sino que la propia persona acomoda y vive su vida como si el engaño fuese lo real. No se queda tan solo en un hecho puntual sino que modifica internamente la estructura personal de quien miente.
Pobre Pinocho. Cada vez que mentía le crecía la nariz. A los seres humanos nos crecen los problemas cada vez que mentimos. Ya tenemos algo en común los muñecos de madera y las personas de carne y hueso.
ALFONSO ECHÁVARRI
Psicólogo
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