Recuerdo un día que acompañé a mi hijo al colegio. Junto a los alegres y bulliciosos niños (eran las 9 de la mañana y ya no podían estar quietos) observé a padres y madres con cara de sueño, y a abuelos orgullosos de sus nietos, con aspecto complaciente y la mirada limpia del que casi ha cumplido una gran misión en la vida: llegar a la vejez.
Estábamos allí, en el patio inmenso del colegio, tres generaciones: niños, adultos de mediana edad y ancianos. De alguna manera, el pasado, el presente y el futuro estaban entrelazados en un acto de vida: el inicio de una jornada escolar. Los niños correteaban; los padres teníamos prisa por marcharnos a nuestros quehaceres; solamente los abuelos mantenían una postura serena y relajada, como el que no tiene ninguna prisa: su reloj de la vida marcaba un ritmo mucho más lento. Oí que un abuelo le decía a otro: «¡Hasta la tarde!». Es como si la actividad de los nietos marcara el compás de sus vidas.
“Eres tan viejo como te sientes”
Envejecer es sinónimo de esperanza y temor al mismo tiempo. Esperanza por conseguir las metas soñadas, pero también todo ello envuelto en la angustia de quedarse a medio camino. Y aunque es cierto que nunca seremos lo suficientemente viejos para no poder soñar, la verdad es que la ancianidad es una barrera, a veces insalvable, para seguir experimentando y no perder la ilusión.
Hay viejos y viejos, efectivamente. Es decir, hay personas que contemplan esta etapa de la vida como un declive de todas sus facultades (psicológicas, físicas y sociales) o bien, sienten la vejez como «un resbalarse hacia la muerte», algo así como la antesala de su desintegración. En esta línea se sitúan aquellos que afirman que el miedo a envejecer es patrimonio de los jóvenes y el miedo a la muerte es el distintivo de los ancianos.
Pero, la vejez también se puede vivir como lo que es: una etapa más de la vida; y, por tanto, se puede disfrutar la vejez como cualquier otra etapa vital.
Carl Jung la denominó como «fase cultural». La cultura entendida no solamente como adquisición de conocimientos, sino más bien como la búsqueda de la propia plenitud, en todas las dimensiones: artística, espiritual, intelectual y afectiva. De esta forma, la vejez sería como la culminación de un complejo proceso que se inicia con el nacimiento. Llegar a viejo es, pues, tener la oportunidad de redondear y completar toda una existencia.
Los límites de la vejez son muy difusos. Biológicamente se considera los sesenta y cinco años como el inicio de esta etapa, pero en definitiva la vejez está en función no solamente de la edad, sino de la actitud de la persona ante su propia existencia. Por esto, es cierto que serás tan viejo como te sientas.
Falsas respuestas a la vejez
Todo ser humano llevamos el germen del temor a envejecer. Dos posturas extremas pueden cristalizar este miedo al paso del tiempo: la preocupación por parecer más jóvenes o el intento por mostrarse más viejos. La primera se manifestaría a través de la negación de toda enfermedad o limitación propia de la edad, o bien, en copiar a los jóvenes hasta en la vestimenta. De esta manera se provoca la admiración de los que nos rodean. A todos nos gusta oír aquello de «parece que el tiempo no pasa para ti». Aunque, la verdad, esto se dice precisamente cuando la huella de los años es más manifiesta.
Pero, también existen personas que exponen su condición de viejos como un modo de conseguir, si no admiración, al menos pena y lástima por lo enfermos que están o lo desgraciados que son por su vejez. La vejez y sus achaques son su tarjeta de presentación. Su mensaje es algo así: «Aunque no me quieras, cuídame por lo desgraciado que soy».
Tanto una actitud como otra están indicando un rechazo a la vejez y, en definitiva, es una «reacción narcisista«, que impide admitir las propias limitaciones y que el ser humano es finito por definición. ¿Cómo curarse de esta dolencia?
El mejor tratamiento de la vejez: prevenir
Nuestra propia fantasía de omnipotencia es la que provoca que, pocas veces, pensemos en la vejez. Admitimos que existen viejos, que los otros se hacen mayores, pero nos sorprendemos al constatar que también nosotros caminamos hacia la ancianidad. Es como si, al negar la propia decadencia, negáramos nuestra finitud y contingencia.
La experiencia clínica está repleta de personas que «de golpe» se han sentido ancianas y han entrado en crisis. Me lo decía en una ocasión un jubilado: «Hasta que no dejé de trabajar no me di cuenta que mis facultades mentales me habían disminuido y que físicamente estaba lleno de achaques. La jubilación fue para mí como una parada en seco. De pronto comprendí que me había convertido en un anciano».
Nos preparamos para el trabajo. Incluso, en algunas ocasiones, recibimos consejos de cómo tratar a nuestros hijos y de cómo ser buenos padres. Pero, ¿quién nos prepara para vivir la vejez? Es otro de los temas tabú que nuestra cultura ha desterrado.
No obstante, la vejez es el ‘país’ que todo ser humano puede visitar. Es cierto que tiene muchas dificultades, pero también muchas posibilidades) estará en función de su conocimiento. Para muestra, he aquí, un ejemplo.
La vejez bella
Al reflexionar sobre este tema he pensado en numerosas personas que no se han sentido frustradas en su vejez. Desde los más conocidos (la madre Teresa de Calculta, por ejemplo) a los miles de ancianos anónimos que están sosteniendo, con su labor humilde y callada, los programas de ayuda y solidaridad de cientos de organizaciones de voluntariado para hacer, de nuestra sociedad, algo mejor y más justo.
Mi mente se detiene en una mujer de un pueblecito de la Mancha Alta. Tiene noventa años. Su vida ha estado entretejida por la tragedia y la muerte (su esposo y tres de sus siete hijos ya fallecieron). Encorvada por los años y, sobre todo, por las penas, aún es capaz de sonreír a la vida. Su rostro, a pesar de las huellas del paso del tiempo, rezuma paz y tranquilidad. Su sola presencia trasmite esperanza, no exenta de un saber reflejo de su propia experiencia. Pese a su deficiencia de visión y de audición, sabe escuchar, y aunque me temo que muchas de las cosas que pasan en la actualidad no las entiende ni comparte, muestra un gran respeto hacia los más jóvenes.
Como nos vemos de muy tarde en tarde, siempre tiene el detalle y la delicadeza de preguntarme por la familia. Pensar en los demás ha sido siempre el lema de su vida.
Su actividad cotidiana consiste en la tertulia con las vecinas del pueblo de casi su misma edad. Incluso a su edad, todavía sabe dar aliento y esperanza a quienes están pasando por momentos difíciles. Desde su experiencia, comprende y comparte el dolor de los demás. No hace grandes cosas, pero sabe sonreír en el momento oportuno o poner una pizca de humor precisa en una situación de tensión.
Es sencillamente un ejemplo de saber disfrutar la vejez. Desearía que existieran muchos ancianos como ella, tanto en los pueblos, como en las grandes ciudades, pues sería una manera de demostrar que nuestro mundo camina hacia una sociedad más sana y más feliz.
Claves para saber disfrutar en la vejez
# 1.- Aceptación
El propio anciano debe ir asumiendo las limitaciones y, también las posibilidades, de su edad cronológica. En nuestra cultura donde se han sacralizado otros valores (lo joven, lo bello, lo sano, la productividad) el anciano debe ir descubriendo el valor de su propia existencia. Es tarea difícil, ya que la vejez es el contrapunto de esos valores, pero no es imposible. Esta aceptación tiene otra vertiente: la del entorno del anciano (familiares, amigos, etc.) que debe acogerlos como son, sin programarles metas que no pueden conseguir, pero tampoco arrinconándoles como algo caduco y estéril.
# 2.- Actividad
El trabajo es algo más que una forma de ganarse la vida, pues implica un reconocimiento personal y social. Es más, lo específico del hombre no es el trabajo sino la actividad. Podemos vivir sin trabajo, pero no sin actividad. Por esto, una vejez bella no es una vejez ociosa, sino activa. Una actividad cuya finalidad no es ganar dinero, sino sentirse útil.
Es desde esta perspectiva que el binomio abuelo-nieto (un ejemplo es lo descrito al inicio de este artículo) puede ser beneficioso para el anciano (y también para el nieto y para sus padres), siempre que no se produzca un abuso en los peticiones de colaboración al abuelo.
Asimismo, también pueden ser muy positivas para su salud emocional las acciones que las personas mayores realizan en las obras benéficas y sociales.
# 3.- No negar la muerte, pero tampoco estar en función de ella
El anciano no puede vivir de espaldas a la muerte, aunque tampoco puede ser el punto de referencia de su vida. Una actitud que se centre en el presente, sin distorsionar la realidad, puede ser una buena actitud para disfrutar de la vejez.
# 4.- Compensación psíquica
Es como denominan algunos autores a la nueva estructura psíquica que aparece en el anciano, como forma de neutralizar la propia sensación de finitud. Se pueden sentir más religiosos, más tolerantes, más solidarios. Más que criticar este ‘cambio’, habrá que admitirlo y comprenderlo desde la misma necesidad del anciano.
# 5.- Saber potenciar los aspectos positivos de la vejez
Los ancianos, como nuestra abuela de la Mancha Alta, tienen al menos la capacidad de poder trasmitir serenidad y paz. Su larga experiencia les ha proporcionado una visión amplia de la vida que les lleva a ser más indulgentes y también más solidarios. El anciano, el buen anciano, que ha sabido ir asimilando el declive propio de la ancianidad, sabrá descubrir los aspectos positivos de su vejez, siempre y cuando se haya preparado para ello.
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra. Profesor en Centro de Humanización de la Salud. Exprofesor de Psicopatología en la Facultad de Psicología de la Universidad de Comillas
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Muy interesante, lo aplicare a mi vida. Todos los articulos son excelentes, se nota el profesionalismo de quienes los escriben. Gracias por enviarmen los boletines y demas informacion.
Lo peor de la vejez es esa terrible losa que bajo el nombre de SOLEDAD nos puede acompañar el resto de nuestros días.