¿Por qué algunas mujeres que consiguen triunfar en su faceta profesional o son reconocidas en su ámbito laboral sin embargo piensan que han fracasado en su vida personal? ¿Por qué sienten «el vacío del éxito»? Para responder a estas interrogantes sobre los sentimientos de éxito y fracaso, es interesante entrar antes a analizar otros dos conceptos: ‘lo masculino’ y ‘lo femenino’.
Lo que entendemos por masculino y femenino son unas construcciones socioculturales, bajo las cuales se aglutinan valores, roles, formas de percibirse, manera de vivir las emociones… En suma: toda una cosmovisión que da lugar a un mundo de mujeres y a un mundo de hombres y, por ende, a un estilo de comportamiento y pautas conductuales y emocionales diferentes para cada uno de ellos.
Esa masculinidad y feminidad, con el tiempo, puede llegar a convertirse en un esquema rígido de comportamiento, una especie de coraza cada vez más inflexible que impide, por un lado, la fluida comunicación personal y relacional y, por otro lado, la posibilidad de una comunicación emocional de apertura con uno mismo, ya que al posicionarnos en una estructura necesariamente tapamos, menospreciamos o negamos la otra de nosotros mismos. Por ello esto es, en sí mismo, una fuente de conflictos individuales.
Las personas necesitamos expresarnos de una y de otra forma, de manera ‘masculina’ y ‘femenina’, sentirnos fuertes o débiles, tiernos o agresivos, desear actuar con lentitud o rapidez, sentirnos valientes o sentir y expresar nuestro miedo, sin que ello tenga necesariamente connotaciones positivas o negativas.
En las mujeres existe una fuente de conflictos adicional dado que, si nos comportamos de acuerdo con la expectativa social, su rol de mujer ocupa un segundo lugar puesto que la consideración social recae en lo masculino, pero si nos comportamos con los valores masculinos, para ser reconocidas socialmente (agresividad, competitividad, fortaleza, dureza, minimización de las emociones), somos despreciadas como mujeres.
De hecho, las mujeres agresivas o competitivas, por ejemplo en el trabajo, son respetadas por los hombres porque se colocan en un lugar de igual a igual y no aceptan el lugar de sumisión, pero son despreciadas como mujeres, sobre todo para el establecimiento de una pareja estable en cuanto que no asume el rol femenino.
Ambos sexos estamos educados para que aceptemos un rol complementario en la relación de poder que permita mantenerla; lo contrario, es punible de alguna manera.
Vivencias corporales
También la ideología dominante se plasma en las vivencias corporales, desarrollándose, en líneas generales, dos grandes formas de percibir las sensaciones, las emociones o incluso, de mantener su erotismo y comportamiento sexual.
En la erótica femenina y en la vida de la mujer, tiene gran importancia lo que se puede denominar como globalidad, mientras que, en el hombre, lo que domina es lo genital.
En la mujer se potencia y se permite, más que en el hombre, la expresión corporal, la suavidad de movimientos, la flexibilidad. La mujer tiene permiso para expresar su deseo a través de su cuerpo como forma de atraer, de ser reconocida en el proceso de seducción.
Por el contrario, el hombre seduce básicamente por la palabra o por el conjunto de características psico-físicas o de su personalidad. Su cuerpo suele presentar un aspecto menos expresivo emocionalmente, duro y rígido, confundido a veces con fuerte.
Comunicación entre mujeres y hombres
También en la comunicación las formas expresivas son bien distintas.
Los hombres suelen utilizar más los conceptos abstractos, prefiere hablar de lo ajeno a los propios sentimientos, utiliza el pensamiento lineal y valora la precisión en el lenguaje.
La mujer, por el contrario, utiliza un contenido emocional, prefiere hablar de sus sentimientos y emociones. Construye su identidad desde un espacio interior, el cultivo de sus sentimientos, la imaginación intimista y suele usar la palabra para convencer y convencerse en un intento de legitimar lo suyo.
Que duda cabe, estas diferencias dificultan, a veces seriamente, la comunicación entre ambos.
El ‘éxito’ de la ‘supermujer’
Una ‘supermujer’ es la mujer que ha adoptado ‘lo masculino’ en su vida, incorporando sus valores y empuñándolos, no solo como propios sino como bandera.
Desafortunadamente, en un esfuerzo por no parecerse a sus madres, muchas mujeres han llegado a adoptar valores y roles de hombres. Aprendieron a medir su autoestima, su propia definición y valía, en comparación con los patrones masculinos de éxito profesional y productividad.
Al principio su éxito laboral era estimulante, pero cuanto más triunfaban, más se les exigía en tiempo y energía. Los valores femeninos, como las reacciones y el cuidado de los demás, pasaron a un segundo lugar en el logro de sus objetivos. Es entonces, cuando las mujeres empezamos a sentir que nunca llegaríamos a estar completas, empezamos a sentir el fracaso personal.
Esta mujer ha aprendido a actuar con eficacia, así que, cuando tiene sensación de incomodidad, se lanza a conseguir logros que acallen su grito interno e íntimo, aplaca su sentimiento de vacío minando su ego con nuevos actos de heroísmo y nuevas realizaciones; se encandila con las ventajas que conlleva ganar y así pierde de vista su dolor que es lacerante y frío como el acero.
Existe un flujo súbito de adrenalina cuando se persigue un objetivo y se alcanza el éxito momentáneo, y esa chispa es la que enmascara el dolor profundo de no sentirse suficiente.
Esta mujer regida por ‘lo masculino’ apenas se da cuenta de que el bajón energético que experimenta se produce tras la consecución de un objetivo, entonces trata de llenar su vacío con un nuevo objetivo que la mantenga ocupada.
Esta obsesiva necesidad de mantenerse ocupada y de ser productiva, la protege de tener que experimentar también la sensación de fracaso. de pérdida. Pero, ¿de qué pérdida se trata?
Seguramente ha conseguido todo lo que se proponía, pero a cambio de un enorme sacrificio para su alma. Me gusta llamar a esta sensación «el vacío del éxito», que supone la pérdida de sí misma, la desconexión, el corte en la relación con su propio mundo interno. Sólo con el trabajo personal, en la terapia, podrá intentar la aventura de encontrarse consigo misma.
La reacción de esta mujer ante el rol aprendido de su madre y socialmente aceptado, la hace proponerse ser más independiente y autosuficiente que cualquier hombre, para conseguir cualquier cosa. Buscará no depender de nadie, en su fantasía, porque en la realidad esta mujer depende emocionalmente y actuará hasta quedar extenuada.
Olvida como decir «no». Será todo para el mundo ignorando su propia necesidad de ser cuidada y querida. En ocasiones llega a perder el control y la relación con su parte masculina, se distorsiona convirtiéndose en una tirana para sí misma no permitiéndose descansar ni atender sus necesidades.
Se siente oprimida, pero no comprende el origen de su estado de víctima. En realidad, no quiere ver que está haciendo lo mismo que su madre, porque aún persisten en ella la rebeldía y el odio.
Sentimiento de fracaso: el mito de no ser nunca suficiente
Cuando el inconsciente masculino toma el poder, puede que la mujer sienta que nunca es suficiente, haga lo que haga o cómo lo haga. No llega a sentirse satisfecha del todo, de completar un trabajo por ejemplo, porque ese inconsciente la empuja a buscar otro, le urge a pensar en el futuro, sin valorar lo que está haciendo en el presente. Ella se siente asediada y responde desde un lugar interno de carencia: «debería estar haciendo más, lo que hago no es suficiente».
Este actuar desde la máxima «yo puedo, soy fuerte», enfatizando ‘lo masculino’, generalmente suele dejar profundas huellas tanto en la salud, que se termina deteriorando a golpe de yunque y martillo, como en el estado emocional.
¿Para qué sirve tanto esfuerzo?, ¿por qué me siento tan vacía?, es lo que terminamos preguntándonos después de haber conseguido los aplausos, si los conseguimos y después de tantos y tantos «yo puedo». Nos decimos: «he logrado todo lo que me propuse y, sin embargo, me sigue faltando algo». Éxito y fracaso se convierten entonces en las dos caras de una misma moneda.
El sentimiento que genera este estado es de escisión, de traición a nosotras mismas, de abandono de una parte de nosotras que ni siquiera conocemos.
Esta sensación de pérdida es, en realidad, un anhelo de ‘lo femenino’, el anhelo de una sensación de hogar en el cuerpo.
Finalmente se da cuenta que los presupuestos de los que partió desde pequeña, acerca de las recompensas por ser una mujer «yo puedo», son falsos y la han llevado a luchar en otra ‘guerra’, que la han conducido a obtener ‘victorias’ que no le valen para llenarse a sí misma.
En efecto, consiguió el éxito, logro objetivos, adquirió lo que creía que era independencia y para todo ello se dejó la piel en el camino, endureció su corazón y puso una mordaza a su alma. Y sintió entonces el fracaso personal más profundo.
Después de estas reflexiones, queda claro que no es necesario continuar actuando como la mujer «yo puedo» que siempre hemos vivido. Podemos ser mujeres capaces de vivir con plena libertad, sin complacer a todo el mundo, pero sin perder de vista que somos parte de él y que nuestros actos suman a su desarrollo. Si nos creemos menos, le estaríamos restando al mundo.
Es por eso que reflexionamos sobre el tema de los sentimientos de éxito y fracaso y desde aquí os invito a pasar de ser una mujer «yo puedo» a una mujer «YO VIVO», «YO SIENTO», «YO SOY».
MARÍA GUERRERO ESCUSA
Psicóloga y profesora de la Universidad de Murcia
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Gracias por este artículo sobre los sentimientos de éxito y fracaso, y la insatisfacción vital que sentimos en muchas ocasiones las mujeres. Me reconozco a mí misma en todos los patrones expuestos. Entiendo que mi insatisfacción vital responde a la necesidad de obtener reconocimiento, pero lo que subyace en el fondo es la necesidad de contar con la aprobación de mis padres. La he buscado desde que tengo uso de razón, pero no la he obtenido pese a todos mis logros y éxitos, que no han sido pocos.
Ahora ya soy consciente de que he buscado amor de madre en cualquiera menos en ella, porque la supe incapaz de dármelo desde que tuve uso de razón. Yo aprendí a amar incondicionalmente así, por carecer de ello precisamente. Pensando que si me entregaba sin límites, alguien me valoraría en mi justa medida.
Mi cuerpo, mi casa, mi corazón, mi voz, mis ojos, mi mente, han estado todo este tiempo a disposición de cualquiera. Yo soy responsable ahora de la sensación que me invade de haber sido violada en todos los niveles de mi ser, de haber sido torturada y quemada en la hoguera por hacer el bien, por amar sin condiciones. Yo he dejado de respetarme a mí misma por miedo al rechazo, a la desaprobación, a la crítica. Y me he entregado en exceso en el trabajo, en mis relaciones, en la vida, sin esperar nada a cambio. Claro, porque esa era la dinámica en mi infancia: ser ‘perfecta’. Porque, incluso aún siéndolo, podía ser blanco de dardos envenenados.
He vagado sin guía toda mi vida, dando palos de ciego, porque mis éxitos parecían no serlo ante los ojos de mi seres queridos. Sin saber gestionar mis fracasos y haciendo uso de infantiles pataletas en situaciones adversas. Tratando de cumplir mis sueños a escondidas o dejándolos a un lado porque sus actitudes hacían que se me quitaran las ganas. Aprendiendo por mi cuenta lo que se supone que tenían que haberme enseñado ellos, desde freír un huevo hasta pedir perdón y dar gracias o dar un abrazo.
Y ahora que visualizo todo esto desde cierta altura, ahora que me he desapegado de todo lo que me hacía daño, ahora que he atravesado las más oscuras tinieblas, afloro a la superficie y observo abiertas de par en par ante mí las puertas del universo. Soy fuerte, soy valiente, soy capaz, tengo herramientas, hay oportunidades. Me percibo a mí misma libre por fin de una culpa que siempre me ha acompañado, la culpa por no haberme sabido defender aún cuando tenía razón. La culpa por haber permitido que otros me apagaran no vaya a ser que brille más que ellos. La culpa por callarme cuando tenía algo que decir. La culpa por mostrarme débil en busca de comprensión, de un abrazo, de cariño, encontrando desaire a cambio. Y ahora soy más fuerte, más sabia, ahora me permito ser, ahora soy yo. Esa con la que siempre soñé, esa mujer independiente, carismática, bella, madre, bruja, chamana. Ya está ahí preparada la nueva yo, con todo para la expansión total.
Y ahora que tengo el universo ante mí, es cuando más sola estoy. Mi crecimiento es incómodo para quienes se supone deberían alegrarse por él. Ahora que soy el poderoso tiburón, el temible cocodrilo, el letal escorpión, el águila que vuela en libertad hasta lo más alto, quienes yo esperaba que se alegrarían, parece que me prefieren como antes, pequeña, insignificante, sumisa, cobarde.
Y esto ha hecho que me pregunte: ¿y ahora que debo hacer? Y me he respondido a mí misma que no debo hacer nada para complacer a nadie. Y mucho menos, dejar de hacer. Ya no hay límites, si no me los pongo yo misma, nadie puede osar hacerlo.
Me gusta compartir, sí, no considero un problema necesitar la aprobación externa. Es condición inherente al ser humano. Pero ahora soy más consciente que nunca de que puedo celebrar en solitario. Me da calma. Soy ligera, soy una partícula en suspensión. Ahora sé que voy por el buen camino. ¡Y no necesito que venga nadie a decírmelo!
Quizá lo que aprendo de todo esto es que tampoco está tan mal amar incondicionalmente, porque yo me enamoro todo el tiempo, de mi hijo, de mi madre tierra, de mi hogar, de una sonrisa, del viento en mi cara, de la lluvia, de la gente. Porque también he descubierto que amarme incondicionalmente a mí misma es mi mejor guía en la vida y que es de obligatorio cumplimiento. Y también aprendo que esas personas me amaron, me aman a su manera, yo les correspondo desde la compasión.
El vacío que he sentido toda la vida se llena ahora así, perdonándoles y continuando adelante por mi camino. Entendiendo que estuvieron ahí para aportarme una enseñanza que algún día llegaría. Y ese día ha llegado. No cerraré las puertas, solo las dejaré entreabiertas. Y yo decidiré cuándo abrirlas de par en par. O cuándo cerrarlas, porque mi templo es sagrado y me reservo en exclusiva el derecho de admisión.
Interesante perspectiva, ahora se puede visualizar la perspectiva femenina-masculina del contexto social en la que muchas veces nos vemos sometidas. Aunque el rol masculino estereotipado tampoco no cumple con todas las expectativas, por lo tanto hacer un análisis desde la imagen masculina también sería de mucha utilidad para quienes se cierran en un prejuicio aprendido a lo largo de estos años.
YO VIVO,YO SIENTO,YO SOY. <3
Gracias, Gracias, Gracias! <3
Este compartir tuyo, me viene en el momento justo… estoy reconociendo mi, casi total, alienación con mi feminidad… y las consecuencias que por ello, repercuten…
Tan interesante como clarificador.
Muchas gracias compañera, un beso.
Miren