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El odio, ¿cómo nace y cómo se alimenta?

No hace falta buscar demasiado para encontrar manifestaciones de odio. Un periódico, una revista, un telediario, un reportaje de investigación. Lejos de nuestra casa, allí donde se cortan las cabezas, o cerca, tan cerca que hasta las personas tienen nombre, como en la canción de Susan Vega sobre la historia de Luka que vivía en el second floor. El caso es que aunque esto que conocemos como odio ha acompañado de una forma o de otra a la historia de la humanidad desde tiempos cainianos, lo cierto es que parece que en la actualidad se odia más que antes. O de una forma más visible, traspasando la barrera del sentimiento y traduciéndolo en conducta observable, como decimos los psicólogos.

Podemos decir, y sobre esto tantas opiniones como expertos, que el odio es un sentimiento procedente de la elaboración a través del pensamiento de la emoción que conocemos como ira.

Para ir aclarándonos un poco, conviene explicar, que la emoción es algo que acontece en un espacio de tiempo muy pequeño, de corte fundamentalmente fisiológico y, por lo tanto, con escaso control por parte de la persona.

Lo que sigue a la emoción, es el sentimiento, es decir, qué suscita en el ser humano esa emoción y qué decide hacer con ella a través del pensamiento. Es por lo tanto un proceso diferente y más extendido en el tiempo. Y con posibilidades de control. Bueno, la explicación es un poco simple, pero creo que nos vale para ilustrar lo que queremos.

odioUna persona puede experimentar ira, por mil causas, hacia objetos, situaciones o personas. Cuando esto ocurre, se ponen en marcha una serie de procesos relacionados con el sistema neuroendocrino a través del sistema límbico, que es la vía habitual por la que se mueven las emociones. Esta vía es muy rápida, y como hemos apuntado anteriormente, con escaso control por parte del individuo. Vuelve a ser muy simple la explicación, pero los neuropsicólogos sabrán disculparme.

Hay otra vía, la autopista del neocortex prefrontal en la que la persona puede circular con más espacios para analizar qué le ha ocurrido y, sobre todo, qué decide hacer con esto que le ha ocurrido. Y es en este punto donde entran en juego, además de la mera neurofisiología humana, otros aspectos considerados como superiores, como son la voluntad, el sentido y el perdón. Pero también el rencor, el resentimiento y el odio.

La cuñada que nos “hierve la sangre”

Pongamos un ejemplo. Imagínese que está celebrando una cena de fin de año con su familia. Y entre todos sus familiares además ha venido también a celebrar la fiesta esa cuñada (también puede ser cuñado) que siempre tiene que decir “eso” que a usted le saca de sus casillas y que una y otra vez saca a la luz cuando tiene la menor oportunidad. Y claro, lo dice, por supuesto que mirándole a la cara y delante de todos. Y en los postres, para tomar a gusto el café ¿Le “hierve la sangre”? Puños tensos, adrenalina haciendo de las suyas por sus adentros, rigidez facial y más cosas a la vez. Pues eso es la emoción. Pero esto dura muy poco tiempo.

Como hemos dicho anteriormente, tras la emoción sigue el sentimiento, más lento y relacionado con lo que le ha pasado y con lo que desea hacer con lo que le ha pasado. Así, y con su cuñada enfrente (que sí, que también puede ser su cuñado), usted puede decidir ignorarla recomendándole que no tome otra copa de vino dulce o puede guardar la afrenta en su memoria y en su corazón sine die, con el tiempo y el sustrato suficiente para que la ira se vaya transformando en rencor y este rencor en odio.

Posiblemente a partir de aquí cada vez que le hablen de su cuñada (si desean le ponen una arroba, pero yo me niego), pues bueno, ya me entienden. Puede, y será lo más seguro, que en este caso y en otros parecidos este odio no se traduzca en nada más. Pero esto no es así en todos los casos. Y sirva como ejemplo lo siguiente.

Permítanme que, aunque sea de refilón, les comente qué es eso del “Síndrome de Alienación Parental” (SAP). En primer lugar, un síndrome es un conjunto de síntomas que caracterizan a una de-terminada enfermedad. Pero también puede hacer referencia a un grupo de fenómenos propios de una situación específica. En el SAP tal vez sea una mezcla de los dos significados.

El primer autor que definió este síndrome fue Richard Gardner en 1985 como un trastorno que se origina en los niños cuando se encuentran en una situación de disputa entre sus padres por la guardia y custodia, aunque, la realidad también nos dice que pueden existir otros motivos de índole económica en esta particular guerra. Es decir, en situaciones de separaciones no amistosas en la que los hijos se convierten en auténticas armas arrojadizas entre los progenitores.

Plantando semillas de rencor

El SAP se traduce en una sistemática de adoctrinamiento a través de la difamación de uno de los progenitores (“el malo”), por medio de una serie de estrategias que, poco a poco, van depositando en los niños el rencor hacia una de las figuras parentales, rencor que, en no pocas ocasiones, se transformará en odio.

Estamos hablando de estrategias que el progenitor alienador pone en marcha como, por ejemplo, el aislamiento físico y emocional del niño con respecto al otro progenitor. Aislamiento físico consistente en limitar la comunicación del hijo con la figura excluida y con la familia de la figura excluida (cuánto sufrimiento en tantos abuelos…) Pero también aislamiento emocional a base de impedir al niño su propia reflexión a través de contaminaciones constantes sobre la persona en litigio, sembrando en el niño un conjunto de creencias sobre su padre o sobre su madre que no son suyas, sino del progenitor alienador.

Así, no es raro que el niño sienta miedo hacia uno de sus padres, ya que se le ha transmitido que es el causante de todo el daño, dolor y sufrimiento que se está produciendo. Si esto ocurre de manera continuada, y el niño no encuentra otras figuras seguras que amortigüen esta visión sesgada y manipulada, crecerá con un sentimiento de batalla continua, odiando a su padre o a su madre por cientos de causas (“nos abandonó”, “no nos quería”, “se fue con”, “nos quitó todo”, “no quiso saber nada de ti”, “no le importabas”, etc.)

Llegado a este punto, tal vez alguno de ustedes esté frunciendo el ceño pensando que realmente existen casos en el que sí se produce el abandono, en los que no se quiso saber nada de los hijos y en los que la violencia era habitual en el hogar por parte de uno de los progenitores. Y que el autor de este artículo parece que no es consciente de ello. Pues sí que lo es, pero yo no estoy hablando de estos casos de violencia doméstica que son reales y además dolorosísimos, sino del Síndrome de Alienación Parental, de la utilización de los hijos como mecanismo para causar daño a la otra parte en un proceso de ruptura entre las figuras parentales. Y en los que los auténticamente damnificados son los niños.

Del amor al odio: el “efecto boomerang”

El problema no solo se queda aquí, en el modelaje del sistema de creencias y de lo que el niño debe sentir hacia el progenitor excluido y señalado, que, de por sí, ya es muy grave. Este niño va a crecer y se va a convertir en un joven y, después, en una persona adulta. Pero lo va a hacer con una gran mochila a las espaldas en la que ha guardado todo lo que ha ido aprendiendo durante su vida. Y entre dicho aprendizaje también está todo lo que ha vivido e incorporado en su persona respecto a determinados modelos relacionales. No sería de extrañar que este joven repitiese los mismos patrones patológicos de relación de sus progenitores, que, con tanto mimo y cuidado, le han sido enseñados como medio y objeto de agresión entre sus padres, en el que el odio fue el inquilino que llegó un día a casa para quedarse en sustitución de papá o de mamá.

Pero esto puede tener también un efecto boomerang. Y es que la mayoría de las cosas que nos ocurren a los seres humanos y que marcan buena parte de nuestra existencia, no son determinantes, es decir, que no tienen el poder de decidir radicalmente el devenir de nuestras vidas. Pueden condicionar, pero no determinar.

Así que, este niño que ya ha crecido y que ya es un joven y que, por lo tanto, tiene la capacidad de tomar distancia de las cosas, puede descubrir que la realidad con la que ha vivido hasta entonces no fue tal vez tan exacta como le fue contada. ¿Qué sentimientos comenzará a elaborar hacia la figura parental que construyó todo el entramado de rencor y de odio hacia la “otra parte”?

Peligroso es esto de transmitir e inculcar el odio. La historia está llena de ejemplos en los que el boomerang termina golpeando y derribando al lanzador.

“Si las masas pueden amar sin saber por qué, también pueden odiar sin ningún fundamento”, decía William Shakesperare.

ALFONSO ECHÁVARRI GORRICHO
Psicólogo

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