En un magnífico estudio, Murray Bowen, pionero de la terapia familiar sistémica, puso de manifiesto que la muerte, o la amenaza que ésta supone, constituye el acontecimiento probablemente más traumático de cuantos pueden alterar el normal desenvolvimiento de una familia. Nada es comparable a los efectos traumáticos que provoca en la unidad familiar la desaparición de alguno de sus miembros. Como es obvio, las consecuencias del suicidio y la intensidad de la reacción emocional dependerán tanto de la importancia funcional de la persona que desaparece como del modo como ésta lo hace.
Es evidente que no todos los fallecimientos provocan el mismo grado de impacto. Algunos desencadenan una “fuerte onda de choque emocional” (padres jóvenes, hijos, “jefe de familia”, niños…), mientras que a otros les sigue un periodo normal de dolor y duelo sin que la desaparición del finado incida demasiado en el funcionamiento de la familia. Tampoco se puede obviar que hay muertes que suponen un cierto alivio (las de quienes provocan graves disfunciones, violentos, enfermos crónicos con pronóstico extremadamente doloroso…) y que pasado el normal periodo de dolor y duelo por el pariente fallecido, la familia inicia una época de una mayor placidez y un mejor equilibrio emocional.
La familia ante el suicidio
Pero en lo que sí coinciden todos cuantos han estudiado a fondo el tema del duelo es que el más traumático, más doloroso y más desequilibrante es el que sigue a un suicidio. “La persona que se suicida, dice Caín, deposita todos sus secretos en el corazón del sobreviviente, le condena a afrontar multitud de sentimientos negativos y, aún peor, a obsesionarse con pensamientos relacionados con su papel real o posible a la hora de haber precipitado el acto suicida o de haber fracasado en evitarlo”. Es absolutamente cierto. No cabe ninguna duda de que las muertes violentas, en particular el suicidio, son las más difíciles de aceptar. Todos los estudios al respecto certifican que son las que tienen más riesgos de presentar complicaciones a largo plazo. En el periodo que sigue a una pérdida traumática, y el suicidio lo es en grado máximo, no es infrecuente que los componentes de la familia pierdan la perspectiva y acaben creyendo que sus reacciones son patológicas.
Por eso adquiere una especial relevancia trabajar por “normalizar” sus respuestas de ira y de pena, su incapacidad para “dejar de lamentarse”, a la vez que ayudar a los diversos miembros de la familia a que se muestren tolerantes con las distintas formas o estilos a que recurre cada uno para hacer frente a la situación. Sólo así podrán recorrer las dolorosas etapas de duelo que les esperan.
Consecuencias del suicidio para la familia
Insistimos, el dolor que experimenta una familia tras la muerte de uno de sus miembros se incrementa hasta niveles casi insoportables cuando ésta se ha producido por decisión del fallecido. Es entonces cuando las mentes de los sobrevivientes (del inglés survivor) se llenan de fantasmas y sus corazones de sombras y de dudas. Se buscan explicaciones, se pretende encontrar culpables, no se sabe como mitigar una angustia que se muestra invasiva, aturdidora. Las consecuencias del suicidio para la familia son tan devastadoras que provocan serios destrozos en la vida de los sobrevivientes, introduciéndoles en un duelo, por regla general, muy traumatizante y prolongado. Algunas de las expresiones más destacadas, como muy bien destaca Pérez Barrerto, serían las siguientes:
Tristeza y rabia
En la primera fase de shock predomina un fuerte sentimiento de tristeza que coexiste con síntomas físicos, dolores precordiales, hipersensibilidad, sentimientos de irrealidad, trastornos de apetito y sueño… Luego aparecerá una fase de rabia que puede ir dirigida hacia uno mismo por no haber sabido o podido evitarlo, hacia los médicos por no haber sido capaces de impedir la trágica decisión del ser querido, hacia el suicida por haberse dado por vencido y haber rechazado la ayuda que se le prestó o se hubiera estado en disposición de prestarle en sus momentos más depresivos o hacia el mismo Dios, cuya ausencia en semejante trance no se comprende… No faltará la angustia y el desconcierto por no haber previsto el fatal desenlace, la frustración por no haber tenido oportunidad para saldar las diferencias con el difunto, las fantasías acerca de los motivos que le llevaron a su autodestrucción, la invasión de pensamientos obsesivos y de recuerdos del fallecido.
Sentimiento de culpabilidad
La muerte por suicidio no implica sólo una dolorosa ausencia, sino que es vivenciada como una acusación por lo que se hizo o se dejó de hacer, lo que se dijo o lo que se silenció. Es éste un sentimiento común a toda pérdida, pero se acentúa en el caso del suicidio. La culpabilidad pesa como una auténtica losa en la familia del suicida. Se explicaría por la sensación de fracaso que se experimenta por no haber podido evitar la muerte del ser querido, de no haber sido capaces de detectar los pensamientos depresivos que presagiaban la conducta autodestructiva, por no haber atendido las llamadas de atención del finado, no haber facilitado que éste expresara sus ideas suicidas, o por no haber sabido tomar a tiempo las medidas que hubieran podido impedir la tragedia.
Fracaso de rol
Unido al sentimiento de culpa, el suicidio produce una frustrante vivencia de fracaso de rol, sobre todo en las madres que, al tener más interiorizado su papel nutricio de cuidadoras encuentran muchas dificultades para entender que sus desvelos, sus cuidados, sus intentos de protección y sus esfuerzos de contención hayan sido ineficaces a la hora de evitar la tragedia.
Miedo
El miedo es también una emoción muy presente en casi todos los familiares del suicida y tiene que ver con una especie de vivencia que les hace sentirse vulnerables y en riesgo de repetir la conducta suicida o de padecer una enfermedad mental que les empuje a ello. Este sentimiento que afecta sobre todo a los más jóvenes queda reforzado cuando cada uno entra en contacto con los propios sentimientos autodestructivos. Aparece un vago temor al destino o a una cierta predestinación y, en algunos ambientes, miedo también al futuro del ser querido, “más allá de la muerte” (infierno, condena eterna).
Sentimientos de traición y abandono
Otras de las consecuencias del suicidio en los miembros de la familia son los sentimientos haber sido traicionados o abandonados. Preguntas como “¿por qué lo hizo?”, “¿cómo me pudo hacer tanto daño?”, “¿acaso nos merecíamos esto?”, etc., son redundantes en casi todas las familias de suicidas. Por eso ese tipo de muerte despierta un angustioso sentimiento de haber sido traicionado por el suicida que con su conducta se mostró finalmente impermeable al cariño que se brindó y ajeno a las atenciones que se prestaron.
Preguntas para las que no hay respuestas
Las familias se sienten perdidas en un laberinto de confusión al que no se le encuentra salida. Se amontonan las preguntas para las que no se halla respuesta. Experimentan una urgencia irreprimible de encontrar una justificación racional al suicidio, un motivo o una causa que lo explique de forma mínimamente aceptable.
El estigma
Es otro aspecto nada irrelevante al que toda familia se enfrenta más o menos expresamente. Aunque las cosas van cambiando y la sociedad ha evolucionado y madurado, la mayoría de las familias viven el suicidio como un verdadero estigma que les llena de vergüenza y que no les es fácil sobrellevar. Y esto parece ser así incluso aunque desde el entorno se evite todo señalamiento negativo, se haga el mayor esfuerzo de comprensión y se les trasmita todo el apoyo posible.
Pensamiento distorsionado
Es otra de las variables que se hace presente en la vivencia de la experiencia de un familiar suicida. Hace su aparición por la necesidad de intentar ver la conducta de la víctima no como un suicidio, sino como una muerte accidental, lo que contribuye a crear pautas de comunicación distorsionadas que buscan enmascarar una realidad extremadamente dolorosa. Se fabrica así un verdadero tabú respecto a lo que en verdad le ocurrió a la víctima, ocultando la causa real de la muerte. No deja de ser una forma de protección de algo que no se quiere aceptar porque resulta más amenazante de lo que uno está dispuesto o capacitado para soportar.
J. J. RUIZ
Terapeuta familiar
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Uno de los pocos artículos serios que he leído sobre los que sobrevivimos al suicidio de un familiar. Gracias.
Leí el artículo sobre las consecuencias del suicidio y me resultó interesante. Tengo más de 30 años y no le veo sentido alguno a mi vida. Creo que ya perdí la esperanza de que las cosas cambien. He ido a terapia psicológica y psiquiátrica gastado todo mi dinero, pero no sirvió de nada. Todos los días despierto pensando el por qué de mi existencia. Quisiera terminar mi sufrimiento, pero desgraciadamente lo único que me impide hacerlo es todo lo expuesto en este artículo. No creo poder hacerle eso a mi madre. Ella no tiene la culpa de mis fracasos. Tendré que seguir con vida por ahora. Pero temo que, el día que mi mamá no esté, este sentimiento vuelva a florecer.
Mi hija de 17 años ha intentado suicidarse. Estoy muy dolida. Me siento angustiada e impotente. No sé cómo manejar esto. Tengo mucho miedo de que ella lo intente de nuevo.
La información que presentan en este artículo me ha sido de gran ayuda.
Gracias.
Este artículo asume buena fe por parte de las familias y esto no siempre es así. Hay unidades familiares que son tóxicas y, a veces, el suicida es el más cuerdo del grupo.
Soy Guadalupe, mamá de Naomí. El 15 de junio, mi hija tomó la decisión de suicidarse. Recién son dos semanas y, a veces, creo que estoy enloqueciendo. Paso del llanto a la risa. Ya estoy viendo a una psicóloga. Ójala me ayude. Me estoy informando mucho sobre el suicidio, ya que la culpa me mata. Por suerte, encontré una asociación de ayuda a familiares de suicidas solo por teléfono ya que queda en otra provincia.
Hola, Guadalupe. No sabemos de dónde eres, pero en tus actuales circunstancias te recomendamos que te pongas en contacto con AIPIS (Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio). Son de la gente más seria que está trabajando en España el apoyo psicológico a los supervivientes del suicidio (las familias y los amigos del suicida). Seguramente te van a poder ayudar porque comprenden perfectamente por todo lo que estás pasando. Pincha aquí para acceder a su web: AIPIS
Hola. Hace 7 meses mi padre se suicidó. Fue tremendo porque yo tuve que reconocerlo y fui la primera en saber la noticia. He pasado por todos los estados, pero el que más llama mi atención es el estigma y la vergüenza que siento. Hice terapia para salir del shock y la ansiedad, pero ahora siento una tremenda vergüenza. Debe ser normal. Me gustaría saber si a alguien más le ha pasado.
Mi madre se suicidó cuando yo tenía tan solo 11 años de edad. Ahora tengo 44. Nunca recibí terapia psicológica, pero efectivamente esta vivencia te causa un sentimiento de tristeza muy fuerte y conduce a la depresión. Ahora tengo una familia, pero a veces la depresión se manifiesta. La vida no vuelve a ser igual.
Gracias.
Mi hermano se suicidó hace 13 años. Tenía problemas psiquiátricos y estaba con tratamiento médico, pero no fue suficiente. Dejó un gran vacío difícil de superar. Los primeros meses busqué consuelo en Dios, y eso me ayudó mucho. Llegué a caer en depresión, y crisis de ansiedad, por lo que busqué ayuda médica. Estuve con tratamiento médico por varios años. El tiempo y mi familia me ayudaron a superarlo. Ahora tengo dos niñas y un esposo, que me mantienen muy ocupada. La tristeza y depresión pasaron, gracias a Dios. Es difícil, pero no hay que dejarse vencer.
Gracias al Dr. J. J. Ruiz por este excelente artículo. Esta publicación ilustra a la perfección la realidad que padecemos todas aquellas personas que en algún momento perdimos a un familiar de esta manera. Mi hija de 13 años se suicidó hace 18 meses y, aunque he tenido terapia permanente, viví intensamente todos esos sentimientos y emociones. Algunos los he logrado superar, pero sentimientos como la tristeza, la rabia, la culpa y el abandono aún continúan. No sé cuánto tiempo necesitaré para poder superarlo.
Nuestro propósito es más grande que todo lo que vivimos. No están solos. Dentro de su interior, la llama sigue ardiendo. Hoy es el primer día de algo diferente.
Tranquila, aférrate al amor y no al miedo. No rehuyas de la ayuda médica, pues en estos casos todo sirve para sobrellevar ese dolor.
Estoy viviendo un momento de inseguridad y duda ante la muerte de mi hermana gemela. Pienso que lo que ella vivió me va a pasar a mí y no se como enfrentarlo, pues me siento tan insegura y siento miedo.
Gracias por pararte a leer mi comentario y siento mucho que estés pasando por tanto dolor. Se hace difícil encontrar personas que puedan entender lo que supone sobrevivir al suicidio de un familiar. Debes entrar a espacios como este para poder hacerlo, ya que en tu día a día es prácticamente imposible compartirlo con nadie. ¿Buscar ayuda?, ¿cómo?, ¿dónde? No hay donde acudir. A no ser que tengas suficientes recursos económicos para poderte pagar un buen psicólogo que te acompañe en tu duelo. Y como no es el caso, sigo tomando antidepresivos, que eso sí que me lo gestiona mi médico de cabecera, esperando que el tiempo haga todo lo restante.
Gracias, Lola. Deseo que tú lo consigas también.
No sé si leerás esta respuesta, pero busca ayuda. A mí me pasó hace seis meses con mi mamá y no doy más. Aún así, busca ayuda. Vas a poder.
«La persona que se suicida, dice Caín, deposita todos sus secretos en el corazón del sobreviviente, le condena a afrontar multitud de sentimientos negativos y, aún peor, a obsesionarse con pensamientos relacionados con su papel real o posible a la hora de haber precipitado el acto suicida o de haber fracasado en evitarlo».
Dios, es exactamente lo que llevo viviendo desde hace año y medio… desde que se suicido mi único hijo. Es una autentica angustia. Además, cuando no tienes la ayuda necesaria, crees que todo esos sentimientos son el comienzo de un final trágico, ya que nada tiene sentido.
Gracias por este artículo.