En el libro El Yo Saturado de K. J. Gergen se expone claramente las consecuencias de una comunicación masiva como la actual. Los avances tecnológicos en la comunicación están favoreciendo la aparición de un nuevo sujeto, que conlleva una grave crisis de identidad en el hombre del siglo XXI: “el yo multifrénico” y el “yo reflejado”, hasta llegar en las situaciones más patológicas al “yo dependiente”, como la adicción a internet.
Es obvio, que la tecnología de la comunicación, per se, ni es buena ni es mala para el desarrollo de la personalidad, pero puede plantear dilemas de identidad para el individuo contemporáneo.
El Yo saturado y el Yo multifrénico
¿Somos víctimas o beneficiarios de este proceso tecnológico de la comunicación? Todo dependerá de su utilización, como es obvio. Pero el propio Gergen en El Yo Saturado describe dos riesgos: “el yo reflejado” y el “yo multifrénico”.
El primero hace referencia a la dificultad que pueden tener ciertas personas para asimilar toda la información y convertirse en meros reflejos de los comportamientos de otros: del cantante de moda, el político de turno o las ideas de los tertulianos que proliferan por la radio y la TV.
Es bueno tener información, pero hay que saber elaborar y digerir todo su contenido para no fragmentarse, que es lo que ocurre al “yo multifrénico”. La persona se siente como dividida entre los sentimientos del protagonista de Gran Hermano o de Un novio para mi hijo y sus propias convicciones. Esta saturación de información, incluso de las intimidades de las personas, nos puede llevar a una fragmentación de nuestro propio yo, con comportamiento que son una copia de las personas públicas, famosas o ‘famosillas’.
Como resultado de ambos procesos de puede llegar a una situación más patológica: la dependencia, como, por ejemplo, la adicción a internet. Esta supone la desvalorización de uno mismo, al tiempo que se hipertrofia el “objeto” del que se depende: whatsapp, Facebook, Twitter, YouTube, juegos online, etc.
La dependencia implica pues dos aspectos: el individuo se siente débil y tiene que apoyarse en algo. Además ese “algo” es tan maravilloso que no hay nada que temer.
El gran inconveniente de esta situación es que la persona se atrofia y bloquea su posibilidad de crecimiento psicológico: al depender evita el sufrimiento cotidiano, pero hipoteca toda su posibilidad de realización.
Toda dependencia se establece a través de una relación perversa, esto es, aquella relación en la que el objeto es utilizado para unos fines a los que, en principio, no estaba destinado: el joven que pasa horas y horas en internet, cuando su finalidad es la de ayudar a comunicarse, no la de esclavizar.
Es decir, las adicciones se inician como conductas que causan placer (chatear en internet, estar en un grupo de whatsapp en el móvil, etc.) pues el sujeto disfruta de esa acción y de alguna manera se siente compensado por su fracaso ante las relaciones con los demás o con su pareja o amigos. Al principio, pues es una forma de “gratificación”, como otros podemos comprar una camisa o ir a tomar una copa de vino. El problema surge cuando, en un plazo más o menos largo dependiendo de la personalidad de cada sujeto, esa actividad esclaviza, y uno se siente obligado a repetirla, a pesar del malestar que le ocasiona. En estos momentos ya debemos hablar de dependencia o adicción.
Y esto es así porque la conducta adictiva se caracteriza por la capacidad que tiene para producir gratificación inmediata o alivio de algún malestar. Por esto es fácil que termine por generar dependencia, es decir, un patrón desadaptativo, que conduce a un deterioro global de la persona.
“Retrato-robot” del dependiente
La vida cotidiana está plagada de personas que “dependen” de algo: un smartphone, internet, o el propio trabajo. Antonio es un chico de 17 años. No es muy buen estudiante y tiene muchas dificultades para establecer relaciones interpersonales satisfactorias. Es lo que podríamos llamar un chico tímido. Eso sí, se pasa horas y horas chateando por Internet. “Al principio -dice- me gustaba, pero ahora también me aburro y además comprendo que pierdo mucho tiempo conectado”. Es hijo único. Todas las tardes las pasa solo en casa pues los padres trabajan en un pequeño negocio familiar y tienen horario de comercio.
Como Antonio existen miles de jóvenes con una baja autoestima, baja tolerancia a las frustraciones, que lo que buscan es la satisfacción inmediata. Se construyen un mundo ideal que nada tiene que ver con su vida diaria y además tienen poco desarrollado el sentido de la responsabilidad y sobre todo están acostumbrados a soluciones fáciles. El esfuerzo y el tesón no existen en su diccionario.
En otros casos puede significar la huida de los problemas de la vida cotidiana. María Luisa, casada y con tres hijos, tiene graves problemas con su marido alcohólico. Su vida se reduce a la atención de la casa y de su familia. Pasa largas horas viendo lo que sus ‘amigos’ publican en sus muros en Facebook o siguiendo los trending topics del momento en Twitter. “Me siento como transportada a otro mundo. Comprendo que es una tontería, pero mientras estoy en las redes sociales no me acuerdo de mis problemas”. Su adicción a internet es una manera de anestesiar su malestar y de no enfrentarse con los conflictos diarios.
Evitar la nueva esclavitud
Una de las preguntas que subyacen en relación con este problema es: ¿por qué la sociedad actual favorece las dependencias? José Antonio Marina da una respuesta: “Uno de los elementos del sistema de creencias adicto es la exaltación de lo fácil”. Nuestra sociedad de consumo nos hace pensar siempre en lo que es más barato y produce más felicidad. El “dos por uno”, tan sugestivo en los anuncios de los supermercados (“dos corbatas por una”, “llévese dos tabletas de chocolate y pague una”, etc.) está presente en muchas de nuestras acciones: conseguir la felicidad con el mínimo esfuerzo. Es como si el joven fuera aprendiendo que lo fácil es sinónimo de bienestar.
Por este motivo, crear un clima de confianza y fortalecer la autoestima será un buen caldo de cultivo para que el adolescente no se deje arrastrar por la tendencia a buscar satisfacciones inmediatas y a evitar los sacrificios. Así evitaremos la “nueva esclavitud del mundo libre”: las adicciones sin drogas.
¿Cómo saber si soy adicto a algo?
Se han señalado diversos aspectos que hay que tener en cuenta para definir si una persona es dependiente de una actividad o cosa. Aquí transcribo los seis criterios propuestos por Griffiths (1998):
# 1.- Saliencia
Una actividad se convierte en lo más importante para el individuo y domina sus pensamientos y su actividad.
# 2.- Modificación del humor
Irritabilidad o ansiedad en relación con la imposibilidad de realizar la actividad o cuando se finaliza.
# 3.- Tolerancia
Con el paso de los días se requiere incrementar la actividad para producir los mismos efectos.
# 4.- Síndrome de abstinencia
Si la supresión de la actividad o su imposibilidad de realizarla, produce ansiedad y malestar general psíquico e incluso físico.
# 5.- Conflicto
El comportamiento del sujeto interfiere gravemente en la actividad familiar, social o laboral. Es decir, el sujeto puede abandonar las obligaciones familiares o laborales por seguir con su actividad dependiente.
# 6.- Recaída
Tras periodos de abstinencia vuelve con las mismas conductas.
Lo que es evidente es que lo patológico de cualquier adicción no es la actividad concreta (todas ellas pueden ser gratificantes si se usan de forma correcta), sino la relación que se establece con ella. Por definición se define como destructiva, ya que el sujeto no puede controlar, cuando se cumplen todos los criterios propuestos por Griffiths. Eso sí, dependiendo de su intensidad, nos indicará también la gravedad de la adicción.
¿Eres adicto a internet?
Valóralo tú mismo, según los criterios propuestos por Young (1996):
- 1.- ¿Piensas constantemente en Facebook, Twitter, YouTube, etc. (pensamientos acerca de la última conexión o anticipas la próxima sesión)?
- 2.- ¿Sientes la necesidad de incrementar la cantidad de tiempo de permanencia en las redes sociales o de juegos online para lograr la satisfacción?
- 3.- ¿Te has sentido inquieto, malhumorado, deprimido o irritable cuando has intentado reducir o detener el uso de internet?
- 4.- ¿Has hecho repetidamente esfuerzos infructuosos para controlar, reducir o detener el uso de internet?
- 5.- ¿Te quedas más tiempo conectado de lo que inicialmente habías pensado?
- 6.- ¿Has perdido o puesto en peligro alguna relación significativa, trabajo, oportunidad educativa o profesional debido al tiempo que dedicas a las redes sociales?
- 7.- ¿Has mentido a los miembros de tu familia, al terapeuta o a familiares y amigos para ocultar tu grado de implicación con las redes sociales o de dedicación a los juegos por internet?
- 8.- ¿Usas las redes sociales como medio de evadirte de los problemas o de aliviar un estado de ánimo anormal?
Si en este test contestas cinco o más preguntas de manera afirmativa, es muy probable que tengas un problema de adicción a internet y que necesites una ayuda profesional para superar esta dependencia.
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra y catedrático de Psicopatología
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