Convivir con un enfermo alcohólico es una de las experiencias que más desgaste emocional puede causar a una familia, ya que pone a todos sus miembros ante situaciones límite de manera constante. Cuando una familia quiere saber cómo ayudar a un alcohólico, lo primero que debe darse cuenta es que es muy frecuente que el alcoholismo haya calado en la propia estructura familiar. Hace unos cuantos años, leí una frase sobre el alcoholismo y la familia que me sorprendió por lo que tenía de cierta provocación. Decía, poco más o menos, así: “El alcoholismo no es un ‘deporte’ con espectadores; al final, toda la familia entra en juego”. Después de muchos años de atención a pacientes alcohólicos (más de veinticinco años de experiencia clínica tratando distintas patologías como especialista en psiquiatría), he pasado de la sorpresa inicial a la plena confirmación del significado de esa frase. Es más, he podido comprobar que no existe, por una parte, el alcohólico y, por otra, los demás miembros de la familia, sino que la conducta alcohólica interacciona de tal manera en la convivencia cotidiana que sería más apropiado hablar de “familia alcohólica”.
La familia alcohólica
Roberto tiene 60 años. Desde muy joven comenzó a beber. Durante treinta años, ha sido agente comercial de una empresa automovilística. Él dice que comenzó a beber “por acompañar a los clientes”. Pero María, su esposa, afirma que “antes de casarse ya le gustaba alternar por los bares”. Han estado en varias ocasiones a punto de separarse, pero María siempre se ha echado atrás: “Nunca me atreví a dar ese paso; siempre pensé que la situación tenía solución”.
Tienen dos hijos: Ana y Juan. La primera se ha licenciado en Derecho y no puede soportar a su padre, a quien recrimina constantemente su falta de voluntad para poner remedio a sus problemas con el alcohol y su mal comportamiento como padre y como esposo. Juan, el hijo pequeño, no da la importancia que se merece a la conducta alcohólica del padre e incluso, en alguna ocasión, le ha acompañado en sus ‘correrías’.
La familia de Roberto es un ejemplo de lo que Eric Berne llamó “el juego del alcohólico”. Es decir, en la familia alcohólica, cada miembro desempeña un rol o papel:
– el de salvador: en nuestro caso, María.
– el de perseguidor: en nuestro caso, Ana.
– el de encubridor: en nuestro caso, Juan.
De esta forma se refuerza el sistema, más que buscar una salida al problema; es como si cada miembro se hubiera instalado en una función que le da ‘identidad’ y que lo único que hace es reafirmar la conducta alcohólica, aun cuando todos ellos pretendan ayudar al enfermo alcohólico y deseen su curación.
De hecho, cuando el alcohólico mantiene un largo período de abstinencia, no es extraño que aparezca alguna nueva patología en los miembros familiares. En nuestra historia fue María la que precisó un tratamiento antidepresivo tras la ‘curación’ de Roberto. Decía: “Parece como si me faltara algo, ahora que es cuando más alegre tenía que estar, pues mi marido no bebe”.
Lo cierto es que el alcoholismo nunca pasa inadvertido a la familia. Siempre salpican la angustia y el malestar.
Los resultados van a depender de varios factores, pero destacaremos tres:
– La cohesión familiar
– Su capacidad de adaptación
– La identificación del problema
Una familia donde fluya la comunicación y todos sean capaces de participar en las penas y las alegrías de unos y otros, tendrá bastantes posibilidades de superar el conflicto. Aquí, como en tantas cosas, el término medio es lo correcto. Es decir, no es una buena estructura para salir adelante tanto si los miembros de la familia están muy “pegados unos a otros” como si cada miembro “pasa del otro” y hace su vida. En el primer caso, dará lugar al “juego de la familia” descrito antes; y en el segundo supuesto el alcoholismo acentuará la separación de los miembros, hasta llegar a la ruptura. El mejor antídoto es la cohesión familiar.
Pero no basta con eso. Además, la familia tiene que poner en marcha los mecanismos propios de adaptación a la nueva situación, tomando las medidas que considere más idóneas: desde la petición de una ayuda profesional hasta la toma de postura firme y no negadora del conflicto.
Todo ello pasa por la identificación de la problemática, es decir, por “no esconder la cabeza bajo el ala” o “mirar hacia otro lado” cuando algún miembro de la familia tiene un problema con el alcohol.
Claves para ayudar a un alcohólico
# 1.- Todos los miembros de la familia deben comprender que el alcohólico es un enfermo, no un degenerado ni un vicioso. Por tanto, hay que tratarlo como tal y no aceptar todas las condiciones que nos imponga ni creerse todas las promesas de abstinencia que pueda hacer.
# 2.- El alcoholismo no sólo se corrige a base de voluntad, sino que es preciso un tratamiento adecuado para ayudar al sujeto a superar la enfermedad alcohólica. Es imprescindible la ayuda de un profesional que paute un tratamiento y señale los criterios de actuación. Incluso en situaciones límite (imposibilidad de mantener la abstinencia, riesgo físico para el paciente o su familia, posibilidad de complicaciones orgánicas en los periodos de abstinencia, etc.) es aconsejable un internamiento para el proceso de desintoxicación.
# 3.- Para ayudar a un alcohólico, de nada sirven las amenazas (“si vuelves a beber, me marcho”) ni esconder las botellas, pues el alcohólico es un enfermo y, sin un tratamiento adecuado, no podrá controlar su impulso de beber. Los chantajes, en ocasiones, lo único que hacen es reforzar aún más la conducta alcohólica, en un intento falso de reafirmar su personalidad.
# 4.- Debemos recordar a la familia que el alcohólico lo será durante toda la vida y que, por tanto, el verdadero tratamiento no termina cuando el alcohólico se vuelve sobrio; ése es el principio. Por eso los grupos de autoayuda de los Alcohólicos Anónimos aconsejan empezar cada jornada con este pensamiento: “Hoy no voy a beber”. Es una manera de comprometerse, día a día, a mantener la abstinencia.
# 5.- Cuando el alcohólico está bajo los efectos del alcohol, no debemos recriminarle su conducta, pues en muchas ocasiones puede responder con agresividad psíquica e incluso física.
# 6.- La familia no debe relacionarse con el alcohólico con una actitud ‘policial’, controlando las salidas, los lugares que frecuenta o el tipo de amigos que tiene, sino que, desde una postura adulta, debe indicarle los comportamientos que sugieren un alto riesgo de seguir bebiendo y permitir que él decida sobre su conducta. Debe ser un ‘control a distancia’, pero asumiendo que el alcohólico es una persona adulta. No obstante, en situaciones extremas (alto riesgo para su vida, despilfarro de su capital, etc.) se puede pedir al juez su ingreso “forzoso y urgente” en una unidad de internamiento psiquiátrico, o bien iniciar un proceso de incapacitación, para evitar que dilapide sus bienes.
# 7.- De alguna manera, la conducta alcohólica de algún miembro de la familia impregna toda la estructura familiar. Por eso también es aconsejable que acuda a tratamiento el resto de los familiares. Todos ellos, de una forma u otra, deberán iniciar un proceso de adaptación ante la nueva situación y aprender a tomar las medidas más oportunas para tratar al alcohólico.
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra. Profesor en Centro de Humanización de la Salud. Exprofesor de Psicopatología en la Facultad de Psicología de la Universidad de Comillas
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Hola. De antemano, gracias por este espacio. Soy esposa de un alcohólico y soy cabeza de familia alcohólica, tomando como referencia su estructura. Me es conflictivo manejar esta situación, por cuestiones personales, emocionales y físicas. Efectivamente, todos somos parte y efecto de esta enfermedad y yo soy responsable de este ciclo vicioso por creencias familiares y sociales.
Estoy actualmente decidida a abandonar al enfermo alcohólico, pues él no está dispuesto a manejar ningún tipo de tratamiento o ayuda.
Mi pregunta sería: ¿qué hacer cuando el alcohólico no está dispuesto a sanar, ni sanar a la familia? Llevo 10 años de matrimonio con 3 hijos menores: uno de 9 años, otro de 5, y el chico de 3. Mi esposo toma y se enoja hasta llegar a golpear, no solo a mí, sino también a mis hijos. Al día siguiente, como si nada hubiera pasado, se disculpa, camina y hasta la próxima borrachera que sucede ese mismo día.
Mi problema es «creer en un círculo de amor y protección llamado familia» cuando es algo que no les he podido proporcionar a mis hijos. Estoy completamente perdida. Mi razón no se conecta con mi emoción y mis acciones son consecuencia y efecto sobre la vida de mis hijos.
Les pido apoyo o visión ante mi ceguera o falta de guía. Cualquier persona me diría bótalo, pero a esa persona le preguntaría: ¿serías capaz de botar a tu mamá, papá, hermano o hijo ante una enfermedad?
Estoy enferma y no sé cuál es mi cura.
Gracias.
Estimada Aidee:
Espero que encuentres un luz en tu camino como yo deseo encontrarla en el mío. Soy hermano de un enfermo alcohólico que ha estado mermando considerablemente la salud emocional de mi madre. Estoy desesperado pues estoy en una situación muy parecida. Mi hermano no acepta ningún tratamiento ni ayuda. Su grado de alcoholismo es muy avanzado. Ya fue internado durante dos meses y medio porque presentó un cuadro de esquizofrenia. Estuvo internado en contra de su voluntad, de manera que, en cuanto salió, volvió a beber. Actualmente está presentando problemas de órganos, pero aún sigue negado su enfermedad. No sé qué hacer. Le he recomendado a mi madre que lo deje a su suerte y lo deje tocar fondo. Él es un hombre adulto de 55 años. Vive con ella y mi madre le resuelve prácticamente todo, pues él no es responsable de su economía. Despilfarra el poco ingreso que genera. Mi madre le provee de vivienda y alimentación. Además, se encarga de plancharle y lavarle, e incluso de mantenerlo económicamente, pues como te menciono sus ingresos prácticamente los usa para su dependencia alcohólica.
Yo me resigné. Le dije que, si él no quería vivir, ése era su problema, pero que yo junto a mi hijo de 3 años seguiríamos adelante. Y sin darme cuenta, había hecho lo mejor para mi familia. A partir de ahí, cambió. Ahora acude a alcohólicos anónimos. Sólo debemos dejarlos en manos de Dios y cuidar de nosotras, porque también estamos enfermas.
Mi preocupación es qué va a ser de mi hijo cuando yo no esté. Él, cuando algo le molesta, es un poco agresivo. Tiene 25 años y, en junio, cumplirá 26.
Es tal cual: la asunción de roles que se van rotando en la familia a veces no cambian y la familia se enferma. Yo, psicólogo social, a causa de una depresión, recurrí al alcohol y a los ansiolíticos, y en un año me descompensé. La solución fue la desintoxicación, ya no tenía el síndrome de abstinencia, y después la internación en una granja para adictos por un año. Ahora el alcohol no me preocupa, pero dejó marcas en mis hijos, con los que, todavía después de tres años, no pude terminar de normalizar vínculos.
Enhorabuena por atreverte a afrontar tus problemas. Llevas mucho camino recorrido: primero, darte cuenta de que tenías unos problemas que estaban afectando de manera muy importante tu vida; segundo, has buscado soluciones y ayuda para salir adelante.
Esperamos que los vínculos con tus hijos puedan ir mejorando en el día a día. Muchas veces hay que darle tiempo al tiempo para curar las heridas emocionales.